Francisco José Ramiro García- Bioética en la red
La última semana de septiembre se ha cerrado con dos noticias que nos llegan desde Bélgica. Por una parte el Parlamento belga se prepara para la despenalización total del aborto, lo cual se acercaría a la consideración de la interrupción del embarazo como un derecho, y dificultaría la objeción de conciencia para el personal sanitario. Por otra, los días 21 y 22 se ha celebrado una feria internacional –Men having babies– en la que los stands ofrecían diversas posibilidades para hacerse con un bebé a través de un “vientre de alquiler”.
La situación resulta paradójica: por una parte se consolida la posibilidad de matar al bebé en el seno materno. Por otra se ofrece como producto valioso: entre 90.000 y 165.000 euros por criatura. Pero hay mucha gente que no se da cuenta de esta paradoja: se ha perdido el sentido común. La perspectiva desde la que miran es que en un caso y en el otro unos individuos han conseguido lo que deseaban.
Se trata de una manifestación más de una cultura individualista en la que estamos sumergidos. En la cultura que hemos construido lo bueno –y en ese sentido lo ético- es la satisfacción de los deseos del individuo adulto que se haya en plena posesión de sus facultades. Otros aspectos de la realidad importan mucho menos. Estamos perdiendo la capacidad de valorar al menor, al que no puede comunicarse, al débil, al incapaz, al que no puede defenderse de las decisiones de los demás sobre él.
Separación de sexo y concepción. Por otra parte, esta es la perspectiva que interesa a los que promueven una economía de mercado duro. La creencia de que el sentido de la existencia es la consecución de satisfacciones rápidas, hace necesario el consumo de bienes que producen gozos que al ser fugaces exigen una multiplicación de ofertas, y posibilitan un crecimiento del mercado. Si el mercado no puede crecer por el número de consumidores que cada vez es menor, hagamos que crezca por el mayor consumo de cada consumidor.
En el ámbito de la vida y la familia, numerosos autores están de acuerdo en fijar el momento de cambio de perspectiva en la difusión de la píldora anticonceptiva. La cuestión no está en que se trate de un fármaco o que sea algo artificial, sino en que permite separar el sexo de la concepción. A mitad de los años 60, en los que se difundía la revolución sexual que promueve la multiplicación de relaciones sexuales como forma de liberación, y cuando el aborto todavía era muy raro, la píldora apareció como el medio técnico que iba a permitir que esa revolución se llevase a cabo sin quedar sujetos por los posibles hijos fruto de esas relaciones.
Es en ese momento cuando no sólo cambian los modos de vivir la sexualidad, sino también la forma de mirar al hijo. Hasta ese momento se le reconocía como un don que se recibía, y que aunque pudiese no ser deseado se aceptaba como algo valioso en si mismo.
Movidos por el deseo. Ahora, tras la difusión de la píldora, el hijo pasará a ser algo que se desea o no. Por ello que se tiene o no según ese deseo, sin más razones para que exista que llenar ese deseo de otras personas constituidas en matrimonio, pareja o individuo. Pasará de ser recibido como don, a ser conseguido como objeto para llenar un deseo. Este cambio de visión permite entender lo que va a ocurrir con el bebé en sus primeros momentos de existencia.
En primer lugar se puede comprender que se difunda la aceptación del aborto. Si lo más importante es que los individuos consigamos lo que deseamos, y el embarazo no es deseado, no hay dificultad para interrumpirlo. Esta misma forma de hablar -interrupción voluntaria del embarazo- manifiesta lo que hay de fondo: el bebé no es considerado, porque al no ser deseado, es como si no existiera. Sorprendentemente a pesar de la masiva distribución de anticonceptivos el aborto no sólo no ha desaparecido, sino que con frecuencia ha aumentado su número.
¿Qué ocurre cuándo la pareja no puede tener hijos? Para esto se han desarrollado las técnicas de reproducción asistida. No importa que los hijos no procedan de alguno de los padres o de ninguno. Tampoco importa que estas técnicas supongan un gran número de destrucciones de seres humanos en sus primeros momentos de desarrollo. Cuando el motivo principal de tener un niño es el deseo de otra persona este se convierte en la razón principal que hace no atender a las demás consecuencias del uso de estas técnicas.
Por último, ¿qué ocurre cuando no tenemos un seno materno porque se trata de hombres, o de mujeres incapaces? Se acude a la maternidad subrogada, conocida como “vientres de alquiler”. Son otras mujeres quienes quedan embarazadas y a quienes se les coge su hijo cuando nace para dárselo a los que lo han deseado, y normalmente pagado por ello. Tampoco en este caso importa el vínculo biológico y psicológico entre la madre y su hijo, ni las pérdidas de embriones por las técnicas que se utilizan. Todo se querría justificar por el deseo de los “padres de deseo”
Hasta hace poco tiempo cualquier vida humana, toda vida humana, era considerada un don inefable e inviolable. La reducción a objeto de satisfacción de un deseo no sólo no es manifestación de avance social sino que ha supuesto un retroceso en la humanidad. Sin duda será superado este planteamiento. Para ello va a ser necesario promover la visión del ser humano como algo valioso en si mismo, que se nos ofrece como don que debe ser recibido en un ámbito familiar.
Sólo así podremos superar la visión individualista atenta sólo a satisfacer los deseos propios para mirar a los demás como regalos que se nos dan y que al mismo tiempo nos comprometen. De esta forma el ser humano, especialmente cuando es más débil, volverá a ser el centro de atención y cuidados de toda la sociedad.