Recientemente han sido canonizados dos grandes Papas de la Iglesia contemporánea, Juan XXIII y Juan Pablo II. Eran personas sencillas, cercanas, alegres, positivas, que han trabajado intensamente por la extensión del Reino de Dios y han ganado muchas almas para Él con su talante positivo y su misericordia. Pastores fieles y solícitos que no han descuidado el rebaño. Dentro de su peculiar sencillez han hecho grandes cosas para edificar la Iglesia. Basta recordar el papel decisivo que tuvo Juan XXIII, ya San Juan XXIII, en la convocatoria del Concilio Vaticano II, de suma importancia para la renovación de la Iglesia. Cuando apenas se pensaba que sería un Papa bueno, de gran corazón, sorprendió al mundo por la enjundia y valía que reveló a lo largo de su pontificado. Y qué decir de San Juan Pablo II, cómo intervino con su diplomacia y buen hacer en la caída del Muro de Berlín y cómo se ha ganado al mundo cristiano y no cristiano, realizando una gran misión ecuménica, para acercar posturas con los hermanos ortodoxos y los cristianos separados. No podemos olvidar su actitud humilde ante el pueblo judío, a quienes llamó “nuestros hermanos mayores en la fe”, realizando un acercamiento hacia ellos nunca alcanzado hasta el momento, y en fin la gran humanidad y comprensión que mostró ante las debilidades humanas, entre otras muchas cualidades imposibles de enumerar en este espacio.
Juan Pablo II ha sido el Papa más viajero de la historia; ha llevado el mensaje evangélico a todo el mundo y lo hemos acompañado en sus Jornadas de la Juventud sintiéndolo muy cercano, hemos escuchado con interés sus catequesis, poniendo el dedo en la llaga, o recibido su bendición desde los balcones del Vaticano, ha besado a los niños con inmensa ternura, ha acogido en su corazón a los desheredados de la tierra y ha sido, en fin, ese padre bueno, imagen del Padre Celeste. Cuando lo veo tan humano, tan sencillo y próximo se me hace cercana la santidad; casi, casi se la puede tocar con las manos.
Creo que los cristianos tenemos vocación de santidad y hemos sido llamados a servir a Dios en la historia concreta que nos ha asignado, con el mismo talante y la misma alegría con que lo han hecho estos dos grandes santos.
Isabel Rodríguez de Vera