Utilizo habitualmente la Renfe y el Metro de Madrid y rara es la vez que, durante el viaje, no aparezca un mendigo que, dirigiéndose a las personas que se encuentren en el vagón, cuente sus penurias, demandando una ayuda para aliviar sus carencias. La mayoría de las personas permanecen atentas a su móvil o a la conversación que estén manteniendo, sin que parezcan darse cuenta de la existencia de ese pobre, pidiendo limosna. El mundo absorbe a las personas en una espiral de egoísmo, materialismo y consumismo, en la que el “otro” simplemente no existe. Sólo es real lo que tiene utilidad para uno mismo.
En el trabajo tampoco es extraño observar como un compañero pide ayuda para cualquier cosa, pero los que tiene al lado no pueden perder el tiempo con él. El tiempo es oro y es necesario cumplir objetivos y planes. Este pobre hombre también es rechazado por ser considerado un obstáculo.
Me tomo un café en el bar, mientras en la televisión del local dan noticias acerca de violentos sucesos, cuyas víctimas experimentan un gran sufrimiento. Nadie parece conmoverse de verdad. Surgen comentarios sobre detalles anecdóticos en torno a las noticias. Veo más morbo que sensibilidad. La compasión parece estar anestesiada. Le ha pasado al otro. Parece que los clientes del bar han consumido algún narcótico que les impide descender del pedestal al que se han subido. Se encuentran por encima del bien y del mal. Representan habitualmente el papel de víctima y su responsabilidad se diluye en un recipiente de frases hechas y clichés que repiten como si de un mantra liberador se tratara.
No es momento ahora de adentrarse en los que no conformándose con la pasividad, ejercen violencia contra los más necesitados. Esto pertenece a otro escalón de la falta de caridad.
Hoy el Señor, a través del Evangelio, se centra en esos pecados de omisión que nos hacen indiferentes ante el que nos pide ayuda. ¿Quién es inocente ante esto? Jesús nos advierte hoy, de la necesidad de luchar contra el egoísmo que tenemos instalado en nuestra vieja naturaleza. Nuestra vida es un peregrinaje extremadamente corto y volátil, pero decisivo y definitivo para la vida celestial que el Señor nos quiere regalar.
Cada persona que vemos necesitada es un tesoro para nuestra salvación, un lazo enviado por el Señor para llevarnos al cielo. Representa una oportunidad preciosa para obtener las gracias que necesitamos para llegar a la vida eterna. Es el mismo Jesucristo que aparece a nuestro lado para salvarnos, darnos la paz y la alegría a través de nuestro tiempo y entrega a Él mismo, en los demás.
Esta caridad, que libera y salva, es una virtud que estamos llamadas a ejercerla personalmente, con hechos y palabras concretos. Es hipócrita el dejar esta caridad en manos de organizaciones o el Gobierno de turno, mientras yo navego por mi comodidad. No es lícito ni honesto descargar nuestra conciencia en terceros, pensando que son los que tienen la obligación de intervenir y socorrer. Es del demonio reclamar que se abran las puertas a los refugiados, mientras en mi casa tengo como empleada doméstica a una emigrante bajo condiciones laborales abusivas.
Esta sociedad se “regala” mucho; de celebración en celebración; en el lujo, las comodidades, abundancias y derroches. No queda espacio para la caridad, se la ha emparedado.
Pero hay una Verdad trascendental que se desprende de ésta Palabra: vivimos un tiempo de salvación al que le seguirá un tiempo de juicio, tras el que se abrirá un abismo infranqueable entre el cielo y el infierno. El rico del evangelio de hoy experimenta trágicamente esta verdad y también gloriosamente el pobre Lázaro.
Es importante tener en cuenta que el rico del pasaje evangélico no es que fuera malo, sino que estaba enfermo de mundanidad. El Papa nos habla mucho de este virus, que es letal y se camufla para, solapadamente, deformar poco a poco nuestra conciencia. El demonio se encarga de susurrarnos argumentos muy convincentes para que no nos defendamos. Podemos pensar que el pobre se ha labrado su propio destino con su desidia y dejadez, que nosotros bastante tenemos con lo nuestro o que, simplemente, la vida es así. A cada uno Satanás, le hablara por el oído más débil. Es imprescindible estar en todo momento en guardia contra el Maligno, por medio de la Palabra de dios, la oración, los sacramentos y tiempos especiales que la Iglesia presenta, como esta cuaresma. Si combatimos, el Señor se pone inmediatamente de nuestro lado, otorgándonos las gracias que sólo Él puede dar.