Somos Pablo y Clara, tenemos 38 años y estamos casados desde hace 9 años. Somos de Cremona, donde vivimos la experiencia del Camino Neocatecumenal en la Parroquia de San Hilario. Estamos plenamente convencidos de que si en nuestra vida no hubiéramos tenido este encuentro con Jesucristo de forma personal y en el contexto de una comunidad cristiana, no tendríamos la oportunidad de contarles esta historia.
Ambos somos portadores sanos de una rarísima e incurable enfermedad genética que se manifiesta en el momento de nacer, impide la respiración y conduce en breve tiempo a la muerte. Cuando nos casamos, ignorábamos todo esto.
Lorenzo nuestro primogénito ha nacido bello y sano después de menos de un año de nuestro matrimonio. Poco después ha llegado Emanuela y nuestra vida ha sido convulsionada.
La bebé ha nacido normal y, aparentemente, sin ningún problema, pero, pocas horas después de su nacimiento, ha comenzado a tener problemas respiratorios. Entonces la trasladamos a otro hospital, a Bérgamo, más equipado. Vino la intubación, y una serie de terapias experimentales con la esperanza de salvarla, luego, la impotencia frente al empeoramiento imparable, y en fin, la muerte después de 28 días de calvario. ¡Cuánto dolor en esta sala de terapia intensiva para neonatos, cuánta desesperación de tantos padres solos en su sufrimiento!
Emanuela significa “Dios con nosotros”, su nombre lo habíamos escogido la víspera de entrar al hospital, rezando y leyendo la Palabra que el Señor nos daba: “la Virgen concebirá y parirá un hijo que será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros” (Mt 1,23), y de verdad que ha sido así. Él no nos dejaba solos en nuestro sufrimiento; sólo Él nos podía sostener y en nuestro corazón resonaba su Palabra: “Señor, ¿dónde iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. (Jn 6,68)
Frente a la posibilidad de una nueva gestación, inmediatamente, los médicos que habían tratado de curar a Emanuela sin éxito, nos aconsejaron que mejor era hacer un examen prenatal del líquido amniótico para luego proceder eventualmente a un aborto “terapéutico”.
Pero si la medicina no tiene la capacidad de salvar a nuestros hijos, ¿por qué pedir a nosotros, padres de familia, de suprimirlos antes de que vengan al mundo? ¡Para no hacerlos sufrir! Este es el problema: el sufrimiento. ¿Quién no tiene miedo al sufrimiento? Nosotros, sí lo tenemos, y tanto. No obstante, el breve paso de esta hija nos ha dejado la evidencia de que todo este sufrimiento no ha sido inútil, por todo el amor que Emanuela ha despertado en nuestra familia, y además, apoyados en Jesucristo, nos hemos dado cuenta de que Emanuela no nos ha sido “robada”, sino que nuestra hija en el Cielo ha realizado ya plenamente su vocación cristiana, la misma a la que desde nuestro bautismo todos nosotros hemos sido llamados: ¡la Vida Eterna! ¡El Paraíso!
La maduración de esta certeza nos ha hecho ver claro: esta hija no ha sido un accidente en nuestro proyecto de felicidad; no es menos hija que Lorenzo, que está vivo y sano. No la podemos ver más, pero existe, así como cuando estaba en estado de embrión, que no la podíamos ver, pero existía. Y es única y es amada y ha sido pensada y creada por voluntad de Dios, ¡como cada hijo!
Después de dos años hemos tenido otra bebé. Y estábamos seguros de que, cualquiera que sea su situación, esta hija es bendita y Benedetta la llamamos.
Decidimos, de acuerdo con el médico principal del hospital San Rafael de Milán de no proceder a investigaciones genéticas antes de su nacimiento, arriesgadas e inútiles, pues no tenemos la voluntad de abortar.
Benedetta nace, e inmediatamente la ponemos en observación. La bebé es bellísima: estamos convencidos de que todo va bien, pero al cuarto día al cuarto día hay que colocar a la niña en una incubadora. Es difícil explicar con nuestras pobres palabras aquello que vivimos durante esos 40 días en la pequeña sala de terapia intensiva para neonatos, en los cuales hemos acompañado a nuestra bebé en su breve pasaje en la Tierra.
La experiencia de acompañar a Benedetta en su calvario ha significado para nosotros, sumergirnos en el Misterio del Amor de la pasión de nuestro Señor “Bendeciré al Señor a cada momento, Que mi boca siempre lo alabe” (Sal. 34), incluso cuando todo se derrumba totalmente, en el contrasentido más doloroso como María a los pies de la Cruz.
Lo único que ha permitido que no seamos vencidos durante y después de aquellos días ha sido el don del Espíritu Santo, gracias a las oraciones que la Iglesia, la comunidad cristiana, ha elevado a favor de nuestra familia. Además, se ha fortificado en nosotros la seguridad de que todo aquel dolor, unido al de Jesús, podía y puede salvar muchos hombres a partir de nosotros dos.
No existe sufrimiento inútil, si es donado a Jesucristo. Esta experiencia es señal de que todos los hijos, también aquellos no engendrados por nosotros, son un regalo no para poseerlo, sino para acogerlos tal como ha sido el designio del Señor.
Desde ese momento, este pensamiento ha sido para nosotros no sólo una frase llena de significado, sino que ha sido la verdadera y propia esencia de nuestro matrimonio. En resumen, éste es el proyecto de felicidad que Dios ha diseñado para Clara y Paolo, no nuestro proyecto, sino pensado y diseñado a nuestra medida y sin contradicciones.
En el año 2002 comienza la cuarta gestación, no buscada, ni evitada. Lorenzo ya tiene casi seis años. Pide, hace preguntas. También él reza por su nueva hermanita en camino, que no se vaya pronto al Cielo como Emanuela y Benedetta, sino que se quede en la Tierra para jugar con él.
En el mes de mayo de 2003 nace Mariagloria. Después de dos días de observación, la niña, que respira perfectamente, nos es entregada en nuestros brazos. Para nosotros es una felicidad indescriptible y una experiencia de resurrección. El Amor vence a la muerte. ¡Cristo crucificado ha resucitado! Verdaderamente, ha resucitado.
Ahora no sabemos adónde nos quiere llevar el Señor, pero estamos dispuestos a fiarnos de Él, no de nosotros mismos, sabiendo que allí donde hay acogida a la vida, pasa Cristo.
Un día de octubre de 2004, Clara lee en el periódico Avvenire, bajo el titular “busco familia”, una solicitud de disponibilidad para la adopción de Sara, una niña peruana de seis años, incapacitada. Después de reflexionar sobre el tema, fuimos invitados a presentarnos en Turín, donde tiene una sede dicha asociación, para conocer con más detalle la situación de Sara. Nos tomamos un tiempo para decidir. Esta decisión nos creó una situación de muchas discusiones. ¿Podemos ser nosotros la familia que puede ofrecerle a Sarita todo aquello que necesita? ¿También para su tratamiento? Y esto, ¿puede llevarse a cabo sin poner en riesgo la situación de toda la familia? Tenemos ya otros dos hijos. Dios no llama a nadie a hacer de héroe.
Rezamos. Escuchamos a médicos y pediatras, oímos la experiencia de otras familias adoptivas. También escuchamos a Lorenzo, que sería feliz con la llegada de otra hermanita. Y el Señor ¿qué dice? Finalmente, comprendimos que el Señor ama nuestra libertad más de cuanto la podemos amar nosotros mismos. Nos deja libres. Lo que cuenta es que la decisión sea hecha por amor. Reunimos así nuestras reflexiones, las justificaciones a nuestros miedos y decidimos dar el “si”. A mitad de setiembre de 2005, -justo después de nueve meses- fuimos los cuatro a Lima para conocer a Sara.
El encuentro se realiza en el Instituto donde reside Sarita. ¡Que emoción!
“¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo,
Él no os desilusionará”.
No nos parece verdad. Sara desde el primer momento se abandona en nuestros brazos con mucha confianza y nos llama papá y mamá. Ella no puede caminar a causa de una parálisis que le afecta sobre todo a las piernas, pero así como es la hemos aceptado inmediatamente, al igual que sus hermanos. Es cierto que no faltan los celos y la competencia entre ellos, pero la emoción crece en nosotros conforme vemos la acogida que le dan nuestros hijos.
Después de un mes juntos en Perú, llega el momento de volver a Italia, a la vida diaria, con el ingreso de Sara al colegio. Todo esto en una serena fatiga, pero no sin alegrías y debilidades. Estamos sólo al inicio de esta aventura. Aquello que vendrá no lo sabemos: el futuro no nos pertenece. Sabemos dos cosas: que existe la Providencia de Dios misericordioso – porque lo hemos experimentado muchas veces – y que el Señor ha asignado a nuestra vocación matrimonial una misión: la de estar abiertos a la vida en sus múltiples formas.
Esta historia no es obra nuestra, no depende de nuestro esfuerzo. No somos seres que viven a treinta mil metros de altura sobre la realidad. La fatiga es grande. Pero es justamente en la realidad de nuestra debilidad humana que el Señor escribe esta historia. Nuestra historia es testimonio -en primer lugar para nosotros mismos- de cuán verdadero y concreto es aquel anuncio de esperanza con el cual nuestro querido Papa Juan Pablo II había comenzado su ministerio: “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo, Él no os desilusionará”. Rogad por nosotros.
Querido Padre Gerardo, 7 de enero de 2007
Como sabes, el 20 de diciembre nació Francesco María. Es el quinto parto cesáreo para Chiara y le ha ido bien. Pasadas las preocupadas 72 horas nos hemos alegrado porque el Señor nos lo ha donado sin la enfermedad a los pulmones, como así han confirmado los análisis genéticos. Los médicos han encontrado algo de ictericia y por ello decidieron internarlo en neonatología. Esperábamos celebrar con Francesco María, y en cambio, las cosas están andando en modo del todo imprevisto. El Señor nos ha pensado únicos y originales, y lo es también en la historia de nuestros hijos. Los médicos han descubierto que Francesco tiene problemas al hígado y así el 27 de diciembre ha sido trasladado de urgencia a un hospital especializado en Bérgamo, temiendo sea una “atresia biliar”, una anomalía curable quirúrgicamente con trasplante. Ahora que está en casa, mientras esperamos un tiempo para la biopsia, nos gozamos en este hijo, que come y duerme y es la alegría de toda la familia. Como veis, la situación es muy precaria y nosotros muy débiles y ya muy probados, mas nos sostienen las oraciones y la ayuda de muchos. La voluntad de Dios nos lleva muchas veces por caminos que humanamente uno evitaría, pero este hijo, si nos vive, tendrá una misión que cumplir en la Iglesia, a parte de la conversión de su familia. Sabemos que tú nos eres cercano junto a los hermanos de la comunidad del Pilar y de Lima. Rezad por nosotros.
Un abrazo. La paz.
Paolo, Chiara, Lorenzo, Sara y Mariagloria