Elena Romera murió hace dos años, con veinticinco abriles, de un cáncer de rodilla que después se le extendió al pulmón. Previamente le habían cortado una pierna. Como imaginaréis, no es plato de gusto. Sin embargo, Elena en la cruz se encontró con Jesucristo. ¿Por qué digo esto? Porque ella misma lo decía. «Yo, si no llega a ser por el cáncer, no sé dónde estaría… en cualquier sitio, menos en la Iglesia. El Señor ha permitido esta enfermedad para que yo no me pierda…».
Y era verdad. Elena fue una adolescente con mucho carácter, dominante, deportista (empezó gimnasia rítmica con tres años, hacía exhibiciones con sus compañeras por distintos lugares de Murcia, y ganaba medallas), pianista (estudió hasta cuarto de piano y tocaba sin partitura), muy guapa y con don de gentes (se llevaba a los chicos «de calle»). Tuvo dos novios, bastantes ligues y muchos pretendientes, incluso después del cáncer y de la amputación de la pierna. Desobediente, hacía lo que le daba la gana, se saltaba los horarios que le marcaban sus padres, muy fiestera., muy alegre, bromista… ¡Una líder nata!
¿Qué hubiera sido de Elena si no llega a experimentar el sufrimiento de un cáncer?
Pero… el Señor le dijo: Aquí estoy. En la cruz me encontrarás. Y ella le encontró en la cruz. Decía a quien la quisiera oír: «el cáncer no es una desgracia. Es el regalo que el Señor me ha hecho. En la cruz he conocido el amor que mi Padre me tiene; es un regalo envuelto en un papel feo, en un papel de periódico viejo… pero la cruz no me mata, a mí me mata interiormente el desamor, cuando me peleo con mi familia, o con mis hermanos de comunidad, pero no el dolor físico. Esto no es lo que me quita la paz».
Elena vivió con el cáncer siete años,. Pasó por siete operaciones, varias sesiones de quimioterapia, una prótesis en la rodilla, la rehabilitación -durísima- de su pierna, y su posterior amputación. Luego vino el cáncer de pulmón y la muerte. Sin embargo, estos sietes años fueron oro probado al crisol. Fueron el tiempo en que ella conoció a su Amado.
En su testamento decía: «De lo único que me arrepiento es de no haber amado más». Y no amó poco, os lo puedo asegurar. Por la casa de sus padres, adonde fuimos acogidos durante un fin de semana, pasaron hermanos de comunidad, tíos, primos, vecinos… y todos coincidían en una cosa: Elena era «especial», «tenía paz…», «tenía luz en su cara», «estaba siempre alegre», «se preocupaba por mí, antes que por ella misma. Siempre quería saber de mí…».
Era muy bromista, dejaba su pierna ortopédica sobresaliendo por debajo de la cama de alguien, o detrás de la puerta del cuarto de baño… ¡los sustos eran de cuidado! A los niños pequeños, cuando la veían sin pierna en la playa, les decía: «Es que ha venido un tiburón y ¡zas! me ha comido la pierna.
El Señor la sostuvo, y ella se dejó sostener. Dejó la carrera de Biología, y pasó a estudiar Fisioterapia, seguramente por haber conocido tantos enfermos necesitados de ayuda durante el tiempo ingresada en el hospital. Ya con la pierna amputada estuvo varios meses trabajando en Irlanda, en un centro de minusválidos físicos y psíquicos. Aquel tiempo fue muy gratificante para ella, que decía que «si puedo ayudar, ¿por qué no lo voy a hacer?». También trabajó un verano, ya con la enfermedad bastante avanzada, en un hospital cercano. Y a un vecinito suyo (esto me lo contó la madre del niño) le estuvo haciendo rehabilitación de la pierna. A pesar de que los médicos no daban un duro por él, hoy anda con bastante soltura. La madre me contaba: «Yo no sabía que estaba tan mal, que se iba a morir… pero yo la notaba con mucha prisa por empezar la rehabilitación de mi hijo». Con este crío tenía bastante complicidad, le escribió una carta donde le decía: «Campeón, los límites te los marcas tú».
Se pasaba todo el día en oración. Su comunidad la visitaba mucho, hacían turnos para acompañarla, rezando Vísperas o el Rosario. Dos meses antes de su muerte la aceptaron como novicia en las Misioneras de la Caridad, la congregación de la Madre Teresa de Calcuta. Fueron a su casa de Caravaca de la Cruz a celebrar el rito de iniciación como postulanta y le entregaron el crucifijo, el rosario, y el sari, con el que quiso que la enterrasen.
Ella conoció desde el principio de su enfermedad todo lo referente a su situación personal, no quiso que le ocultasen nada… Tuvo la fortaleza de preguntarle al oncólogo cuánto tiempo le quedaba de vida y cómo sería su muerte. Quiso morir en su casa. Preparó su despedida con todo detalle, se despidió de sus hermanos y hermanas, de sus cuñados, de sus padres, de sus hermanos de comunidad, de sus amigos… y a todos confortó.
En su casa están contentos. No parece que haya muerto nadie, porque Elena está viva.
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Recientemente hemos publicado un libro contando su experiencia…. no te lo pierda, es todo un testimonio de Jesucristo

2 comentarios
Mi enfermedad no es nada comparable como la de Elena, pero ya me gustaria tener la fuerza y la Fe que ella tenia, poder cargar con mi cruz cada dia y poder ver al señor en mi vida como ella lo vió antes de morir.
Un día fuimos a visitarla, ella estaba ahogándose y en cuanto me vio( ella sabia que yo estaba no muy bien de salud)dijo «ponerle una silla cómoda a Marisa y acercarle el ventilador». -Lo dijo olvidándose de su ahogo y con gran amor, !yo experimente su amor!, eso no lo he olvidado!.
De lo demás doy fe de ello como catequista que fui de ella. Recuerdo el día que nos llamo, para decirnos que la habían abierto y cerrado, porqué se estaba muriendo. Lo dijo con SERENIDAD. SU CARA EXPRESABA LA BELLEZA DE QUIEN SE SABE AMADO POR XTO.