El anuncio del Evangelio siempre es difícil y no está exento de sufrimientos y contrariedades. Pero a pesar de ello, cientos de familias en todo el mundo llevan la Palabra de Dios a los rincones más recónditos del planeta, incluso a aquellos en los que a simple vista parece no hacer tanta falta. Podría ser el caso que presentamos a continuación, el de los españoles Javier y Marimar, que, junto con sus hijos, hace unos años iniciaron esta apasionante aventura en tierras alemanas. Afrontan penosas calamidades —rechazo, desprecio, fracaso permanente, soledad, etc.—, pero es en el amor de Dios donde reposa su tranquilidad y la confirmación de que esta misión no depende de ellos, sino de Aquel que los ha enviado. A continuación reproducimos la carta que esta familia escribió a los feligreses de la Parroquia de Santa Sofía, en Alcorcón (Madrid), y en la que relatan en primera persona algunas vivencias de la misión.
«Querido Domingo, queridos Fernando, Joaquín, queridos hermanos:
El mes de diciembre pasado hizo cuatro años del inicio de nuestra misión. Cuando uno hace la cuenta de los años, se percata de que el tiempo cada vez pasa más deprisa y nos parece ya lejano el momento en el que salimos de Alcorcón para llegar a esta ciudad. Para quien no nos conozca o no se acuerde, primero quisiéramos presentarnos. Somos la familia Cabañas-González, Javier y Marimar, y nuestros hijos son María (13 años), Jorge (12), Nacho (10), Pablo (8), Rubén (6) y Esther (4).
En septiembre de 2008 fuimos enviados por nuestro Obispo, D. Joaquín María López de Andújar, como “familia en misión”; y, desde el 3 de diciembre de ese año, estamos en la ciudad de Regensburg (Ratisbona), en el Estado de Baviera (Alemania). El 8 de enero de 2009 este envío fue confirmado por S.S. Benedicto XVI en Roma. Pertenecemos a la primera Comunidad Neocatecumenal de la parroquia de Santa Sofía en Alcorcón (Madrid) desde hace algo más de veinticinco años.
Nuestra misión aquí consiste básicamente en hacer presente la vida cristiana en medio de un mundo cada vez más paganizado y secularizado. En un discurso del Papa Benedicto XVI el pasado 12 de diciembre a la curia romana, hacía hincapié en la familia como primera transmisora de la Fe. Además, hablaba de la Nueva Evangelización haciendo referencia al relato del Evangelista San Juan sobre la llamada de los dos discípulos de San Juan el Bautista, que se convierten en discípulos de Cristo (Jn 1,35-39): “El primero y fundamental elemento es el simple anuncio, el kerigma, que toma su fuerza de la convicción interior del que anuncia… después seguirá la escucha, el ir tras los pasos de Jesús, un seguirlo que no es todavía seguimiento, sino más bien una santa curiosidad, un movimiento de búsqueda… Su búsqueda, iluminada por el anuncio, se hace concreta. Quieren conocer mejor a Aquel que el Bautista ha llamado Cordero de Dios… Preguntan: ’Maestro, ¿dónde vives?’. La respuesta de Jesús: ‘Venid y veréis’, es una invitación a acompañarlo y, caminando con Él, a llegar a ver… Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda”.
Pero para llegar a este punto es necesaria una primera llamada de atención, que, en el mundo en el que hoy vivimos, se hace prácticamente imposible. A la gente se le ha cerrado el oído. No solo a aquellos que han dejado la Iglesia, sino incluso a aquellos que, aun estando en la Iglesia, sin ser conscientes de ello, han perdido las raíces de su fe y han acomodado su práctica religiosa al ámbito social y cultural, incluso llegando a cuestionar la moral y los dogmas fundamentales de la Iglesia porque no se acondicionan a los tiempos de hoy, ni a sus propias ideas u opiniones.
conviérteme, Señor, y me convertiré a ti
Esta situación es la que nos rodea a nosotros. Regensburg es una de las diócesis más antiguas e importantes del centro de Europa. Aquí hay muchas parroquias y con una asistencia considerable a los “servicios religiosos”; y digo servicios, primero, porque es la traducción literal del alemán (Gottesdienst); y, segundo, porque muchas veces no se trata de celebraciones puramente litúrgicas. Esto ha provocado que la gente se haya ido alejando de la esencia del catolicismo para introducir, incluso dentro de la misma Iglesia, los mismos planteamientos que se pueden encontrar fuera de ella en el mundo secularizado y pagano.
Ser católico se ha reducido a un estatus social. Por poner un ejemplo, cuando uno se inscribe en el censo ha de declarar su confesión religiosa para ver a qué iglesia o confesión será destinado el “impuesto eclesial”. Este impuesto se descuenta de la nómina directamente y si uno no quiere que le quiten ese dinero todos los meses, tiene que apostatar. Puede ir donde un notario y decir: “Yo no soy más católico, no creo en Dios ni en Jesucristo”, y lo firma. Esto ha sido un caso real que sucedió hace tiempo y que se llevó a los tribunales. Hace poco salió la sentencia a favor de la Iglesia Católica, diciendo que si uno no paga la tasa eclesiástica, no tiene derecho a los servicios que la Iglesia presta.
Todo este ambiente hace que la gente cada vez se aleje más de la Iglesia y cierre el oído. Nosotros vamos a hablar con los párrocos, y los que intentan cambiar esta situación se tienen que enfrentar a los consejos parroquiales, que aquí tienen mucho poder. Son el órgano democrático de gobierno de la parroquia, donde el párroco —cierto que no en el cien por cien de los asuntos— tiene un voto como el de cualquier otro.
este es mi Hijo: escuchadlo
Ahora bien, ¿cómo llegar a esta gente? Una mujer nos contaba hace un tiempo que tenía un sufrimiento terrible porque no se hablaba con su hija. Tenían una disputa familiar que no la dejaba vivir. Fue a su párroco a pedir ayuda y la solución que le dio fue hacer novenas a la Virgen. Cuando nosotros le hablamos de que eso estaba bien, pero que lo que tenía que hacer era pedir perdón y reconciliarse con su hija, la pobre mujer no entendía nada. Y eso que era una mujer de misa diaria. No solo es que la gente se aleja de la Iglesia, sino que, al no dar esta una respuesta al sufrimiento, incluso propicia ese alejamiento.
Volviendo al relato del Evangelio de San Juan, la Iglesia necesita mensajeros que anuncien la Buena Nueva como una “voz que clama en el desierto”. Y esta es la misión que todos tenemos como bautizados y que en nosotros se concretiza aquí: alguien que pueda responder “Venid y lo veréis” a aquellos que están buscando una respuesta a su sufrimiento y no la encuentran.
Nuestra misión consiste en esto. Vivimos nuestra fe tal y como la Iglesia nos ha enseñado siempre. Con nuestras dificultades, incapacidades, con nuestros pecados y errores, nuestras infidelidades, nuestras dudas, pero siempre teniendo presente el amor que Dios nos ha tenido y que nunca nos ha abandonado, a pesar de las dificultades del idioma, las angustias, la falta de afecto, las inseguridades, la falta de dinero, los rechazos, la soledad y un sinfín de situaciones en las que se ve probada nuestra fe. La gente que nos rodea y nos va conociendo empieza a cuestionarse qué manera de vivir es esta. Nos parece mentira que Dios nos haya escogido para hacer presente a Cristo, una presencia que atraiga a los hombres, incluso a los que ya no tienen fe. Pero el Demonio siempre está al acecho para cuestionarnos si realmente somos aptos y si en nosotros se puede dar esta presencia, en nosotros que somos un buen surtido de pecados. “Amaos como yo os he amado” dice Cristo, y esto nos anima a combatir, por que Él nos amó primero (1 Jn 4,19). Y en este amor que Dios nos tiene es donde reposa nuestra tranquilidad por que confirma que esta misión no depende de nosotros, sino que es Él el que nos ha enviado.
venid, ya está preparado el banquete
Cuando la gente con la que nos relacionamos, en los colegios, en el fútbol de los chicos, los vecinos, en el trabajo, etc. nos pregunta por qué estamos aquí, por qué tantos hijos, no nos queda otra que dar razones de nuestra fe. Algunos se sorprenden, otros quedan indiferentes e, incluso, les parece un absurdo: “¿misión en la católica Baviera?”.
El alemán, por su educación, no acostumbra a indagar en la vida privada de los demás. Esto hace más difícil el poder entablar una relación. Pero hemos descubierto en este tiempo que este carácter frío, hermético y “cuadriculado” que los caracteriza no es otra cosa que un miedo terrible a expresar sus sentimientos. Y es que el alemán es muy sentimental. Es un pueblo que ha sufrido mucho a causa de su historia y se ha hecho fuerte a costa de esconder sus sentimientos. No están acostumbrados a abrirse con nadie ni a meterse en el ámbito privado de los demás. Por esto, cuando nosotros les hablamos de nuestra experiencia, de nuestra vida, eso los descoloca por completo.
Nuestra “estrategia” consiste en que una vez que empezamos a tener relación con alguien, dejar pasar un tiempo y, cuando empiezan a conocernos y, por lo tanto, a hacerse preguntas sobre nosotros, es cuando les damos las respuestas. Y muchas veces nos sorprende, porque nosotros mismos nos vemos como siervos inútiles. No somos una familia distinta de las demás, incluso me atrevería a decir que somos bastante imperfectos. Pero es Dios el que nos ha traído hasta aquí y esta es su misión. Nosotros no somos más que meros instrumentos que, en su día, también recibimos este anuncio y empezamos a preguntar. Alguien nos dijo “venid y lo veréis”, y hoy podemos decir que hemos encontrado a Aquel, al que todo el mundo espera, Jesucristo.
Pero para esto es verdad que hemos tenido que ir soltando mucho lastre que nos impedía ir hacia delante. Estos cuatro años de misión han servido, y siguen sirviendo, para cimentar nuestra familia, nuestro matrimonio, a cada uno de nosotros, incluidos los niños. Todos hemos sido probados de una manera u otra. Y, aunque ya ha pasado tiempo, todavía hay momentos en que caemos en el desánimo y tenemos la tentación de dejarlo todo, hacer las maletas y volver a España. Pero esta es nuestra realidad, somos débiles. Y eso a pesar de que hemos visto en muchas ocasiones cómo el Señor nunca nos abandona y nos ayuda. Como en el tiempo en que no teníamos trabajo y nunca nos faltó de nada.
buscad a Dios y vivirá vuestro corazón
Poco a poco el Señor ha ido dándonos signos que confirman que esto es cosa suya y no nuestra. Cuando pensamos que es imposible continuar, Él nos sorprende y hace posible lo imposible, como por ejemplo el trabajo. No es fácil encontrar trabajo si no tienes la cualificación específica para desempeñarlo y si no sabes bien el idioma. En Alemania, sin estas condiciones no es fácil, aunque ahora con la crisis en España estén diciendo lo contrario. Muchos españoles están llegando y se encuentran con la sorpresa; a excepción de titulados, ingenieros, que aun así, no lo tienen fácil. Conseguir un trabajo ha sido para mí un auténtico milagro. Hasta ahora no podía optar más que a trabajos muy precarios, como repartir publicidad. Este trabajo nos permite mantenernos aquí, aunque con dificultades. Pero la verdad es que, a pesar de la precariedad en la que vivimos, nunca nos falta de nada gracias a la Providencia. Muchas veces no nos llega para hacer frente a las necesidades que tenemos, pero a veces el Señor nos sorprende de alguna manera. Dios hace los milagros como quiere y cuando quiere. Y esto es estupendo. Cada día ha de ser nuevo, sin tener la seguridad de lo que pasará mañana, como pasa con el maná en el desierto.
Es oportuno recordar las exigencias de nuestro propio bautismo a la luz del Bautismo de Cristo. Todos debemos manifestar en toda circunstancia que somos hijos de Dios. Es nuestra misión, la misión de la Iglesia. Para concluir, quisiéramos pedir vuestras oraciones no solo por nosotros sino por toda la Evangelización en el mundo, porque la situación de crisis de fe es la misma y la mies es mucha, pero los obreros son pocos.
Recibid un abrazo de parte de toda la familia.
Javier y Marimar