En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto»
COMENTARIO
Este pasaje es continuación del que vimos ayer, de los discípulos de Emaús. Contemplamos hoy una nueva aparición del Resucitado, esta vez a un grupo numeroso de discípulos, en Jerusalén. Ellos, en un primer momento, dudan; creen estar ante una alucinación, ante un ser fantasmal o un espíritu de ultratumba.
Pero se trata del mismo Jesús que fue crucificado, y que conserva sus llagas como prueba de ello. Es un hombre a quien se puede ver y tocar, e incluso observarle comer alimento sólido. No es, pues, un espíritu ni un fantasma.
Él ha venido a explicarles el misterio de su Pascua: -«Era necesario que se cumpliera todo lo anunciado por los profetas.»
Es decir, las profecías sobre el Siervo de Yahveh, que se leen en Isaías; lo prefigurado en los padecimientos de Jeremías; lo que aconteció a Isaac, a José, a David, y a tantos otros profetas. Todo tenía que cumplirse a la perfección en el Mesías. Era necesario para evidenciar que Dios es fiel a sus promesas, y que Jesús, en quien todo se ha cumplido, es efectivamente el Mesías anunciado y tan largamente esperado.
También era necesario para hacer patente que Dios no ha abandonado al hombre en el sufrimiento ni en el pecado. Más bien, se abaja para compartir todo dolor humano, sea físico, sicológico o moral. Toda la Pasión de Jesús era precisa para que el hombre supiera que Dios está siempre a su lado, aún en los momentos más trágicos de la vida. Ya que el sufrimiento asumido en favor de otra persona es la forma más sublime de mostrarle amor.
Necesario, además, para que el destino final de la humanidad quedara iluminado y resplandeciente en el Resucitado. No somos seres para la muerte, ni para disolvernos en la nada; nuestra vida no es una pasión inútil, como dicen los existencialistas. Hemos nacido para la resurrección y para una vida eterna, en comunión con Dios y con todos aquellos que han creído en Cristo.
Por eso en su nombre, se anuncia el perdón de los pecados a todos los pueblos. Porque Él ha cargado con la inmensa culpa de la humanidad, y en su resurrección ha mostrado que Dios lo perdona todo, y que ahora comienza un nuevo modo de vivir, en la gratuidad de la filiación divina, por su benévolo designio de salvación, para todo aquél que quiera aceptarlo.
«Vosotros sois testigos de esto», añade Jesús. A los discípulos, a quienes la cruz había sumido en la desesperación y en la vergüenza, la resurrección les ha cambiado la vida. Ahora hay un horizonte luminoso, de esperanza y de certeza. La vida y el amor han triunfado sobre el mal y la muerte. En adelante, éstos no tendrán más poder sobre el hombre. Ellos son testigos de todo esto, porque lo han vivido en sí mismos. Y podrán atestiguarlo ante las naciones.
¿Seremos también testigos nosotros? ¿Ha cambiado Cristo nuestra vida? ¿Tenemos también ahora un sentido de la existencia una razón para vivir y trabajar, para luchar y sufrir? ¿Están redimidos nuestros dolores, nuestras miserias, nuestras angustias y fracasos? ¿Podemos decir algo a los que sufren sin esperanza? Algo así como: ¡No estás solo! Cristo sufre contigo, con cada ser humano sufriente. Y si aceptas sufrir a su lado. reinarás para siempre con El.