Asistimos actualmente a un fenómeno social en el que constatamos, las graves dificultades que padecen los padres con hijos menores, cuando los dos cónyuges trabajan y sobre todo si viven en grandes ciudades, para atender a sus hijos en momentos puntuales: acompañarlos al colegio, cuidarlos cuando están enfermos, velar por ellos, etc. Para paliar la acuciante necesidad ha sido fundamental la figura de los abuelos, que han venido a remediar esta realidad tomando en sus manos el compromiso de cuidar ¡y de qué modo! a los nietos.
Conozco infinidad de casos en los que estos segundos padres, dicho con toda propiedad, ejercen esta encomiable labor con ternura y dedicación. Sé de abuelos que han dejado temporalmente su casa, algunos incluso con los achaques propios de la edad, para atender a sus nietos. Pero no se limitan estrictamente al cuidado de los niños, sino que ha surgido entre abuelos y nietos una complicidad y un entendimiento que a veces hasta los propios padres envidian. Y es que el amor hace milagros. Esos pequeños personajes tan rebeldes a veces con los padres, se dejan moldear como cera por los abuelos, y hasta les piden consejo.
Tal vez la figura del abuelo envejecido o la de la abuela renqueante que prepara comidas deliciosas y no se cansan a la hora de prodigarles una dedicación exhaustiva, les hace sentir ese cariño tierno, dulce, incomparable. Los niños y adolescentes se rinden ante la debilidad física que encierra a la vez una gran fortaleza interior. Desde aquí mi felicitación a esos abuelos que renunciando a su comodidad prolongan sus cuidados con los hijos de sus hijos. No les faltará su paga generosa. Ya lo dijo Jesús “Todo lo que hagáis en mi nombre aunque sea dar un vaso de agua a uno de estos pequeños tendrá su recompensa en el cielo».
Isabel Rodríguez De Vera.