Hace 500 años nacía en Ávila una hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz Dávila y Ahumada; la niña sería conocida universalmente como Santa Teresa de Jesús. Cien años después, Miguel de Cervantes publicaba en Madrid la segunda parte del Quijote: El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, la historia verdadera de otro Alonso, Alonso Quijano. El Quijote es la novela española más universal.
Dos centenarios que, coincidiendo en este año de 2015, a priori puede parecer que no guardan mucha relación. Mujer y varón; religiosa y laico; soltera y casado; autora de literatura ascética y mística y autor de literatura profana; escritora por mandato y escritor por pasión…
Sin embargo, pueden hallarse relevantes puntos de contacto entre estos dos castellanos que coincidieron los 38 años que abarcan el nacimiento de Cervantes en 1547 hasta la muerte de Teresa en 1585.
Uno de los factores comunes entre Teresa y Cervantes es el amor a los libros, su pasión lectora, que les hizo compartir durante un tiempo de sus vidas el gusto por un determinado género literario: las novelas de caballerías. La afición de Cervantes por los libros de caballerías es un dato decisivo de su biografía, pues el Quijote es sátira de ese género, como confiesa el autor en las últimas palabras de la novela:
no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.
Cervantes es un lector ávido y consciente, con capacidad de criticar lo leído. El propio Quijote es novela sobre el efecto de la lectura.
Y Teresa, en el Libro de su vida escribe:
[Mi madre] Era aficionada a libros de caballerías, y no tan mal tomaba este pasatiempo, como yo le tomé para mí; porque no perdía su labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos: y por ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos que no anduviesen en otras cosas perdidos. Desto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta, que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos, y comenzó a enfriar en lo demás; y parecíame, no era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento. Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos, y cabello, y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas por ser muy curiosa. (2)
El relato teresiano evoca aquel quijotesco:
él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. (I, 1)
Como señalaba Erasmo, los hombres se parecen a los hombres que leen. Cada uno, Teresa y don Quijote, se fijó en lo que más le llamaba la atención. Teresa en los galanteos de que eran objeto las damas. Don Quijote en las acciones heroicas de los caballeros.
Teresa y Cervantes han sido lectores de caballerías y, después, críticos de esos libros. Los motivos son diversos, pero la crítica los muestra conscientes del poder la lectura. Leer no es solo un acto intelectual. Es acto vivencial, que influye en el lector y en su personalidad. Teresa reniega de esas lecturas porque le enfriaban en su vida espiritual; Cervantes reniega de estos libros porque es literatura imperfecta, que estraga los paladares, alejados de libros de más valor artístico.
Por ser buenos lectores, por amar los libros y por ser inteligentes, tanto Teresa como Cervantes saben que los libros no son inocentes, que leer no es inocuo, que los libros no suelen pasar por los lectores como el agua entre las piedras. Los libros transforman, influyen, afectan… El Quijote es, precisamente, la historia de una metamorfosis provocada por la lectura. El Quijote es una novela sobre la lectura y sus efectos. Los libros influyen por su forma, su estilo, su lenguaje, su retórica… y por su contenido. Afectan tanto al deleitar como al aprovechar.
Leer es importante. Pero leer (legere) es elegir. Y elegir es un acto comprometido. Deleitar y aprovechar. Lo estético, queramos o no, no puede divorciarse de lo ético.
Antonio Barnés.