“Reverenda Madre Superiora:
Sea tan amable de escuchar mi sincero deseo. Quiero entrar en su Congregación para que un día pueda convertirme en hermana misionera y trabajar por Jesús que murió por todos nosotros.
He terminado el quinto curso de la Escuela Secundaria; de idiomas hablo albanés, que es mi lengua materna, y serbio; también hablo un poco de francés. Inglés no sé nada, pero espero en el buen Dios, que Él me ayudará a aprender lo poco que necesito, y ya estoy empezando estos días a practicarlo.
No tengo ningunas condiciones especiales; solo quiero estar en las misiones y para todo lo demás, me abandono completamente a la disposición del buen Dios.
Skopje, 28 de junio de 1928”.
Con esta carta dirigida a la superiora de la orden de Loreto, Agnes solicitaba su entrada en la congregación. En ella queda patente la pureza de su vocación, su sincera humildad y su conmovedora confianza en el Señor.
Tres meses más tarde, el 26 de septiembre, deja su ciudad natal, Skopje, rumbo a Zagreb, donde se reunirá con Betika Kanjc, otra joven con quien comparte el sueño de ingresar en la orden. Allí, Agnes, que ha sido acompañada por su madre, Drana, y su hermana Aga, se despide de ellas para continuar su viaje hacia Irlanda e iniciar su nueva vida.
Si todas las despedidas son dolorosas, cuánto más aquéllas que conducen, de manera consciente, a una separación definitiva. En el momento del adiós, madre e hija saben que jamás volverán a encontrarse. La renuncia es inmensa pero, como sucede invariablemente en la vida de los santos, es necesario despojarse completamente del yo para entregarse a los planes de Dios. Agnes comienza en su sacrificio a desvanecerse para permitir que, poco a poco, emerja Teresa. Así nacen los santos, a golpe de desgarro y de cruz, de negación de sí mismos, de entrega incondicional en manos de Quien les elevará a su dimensión más alta y sublime.
Y en esta escena, imposible de comprender en su esencia sin la luz de la fe, Drana se aferra fuertemente a su credo para aceptar el designio de su hija con paz, aun en el desconsuelo, y regalarle aquellas palabras, brújula para el desierto, que ella guardará por siempre en su corazón: “Pon tu mano en Su mano; camina sola con Él y nunca mires atrás.”
En cuántos momentos difíciles resonarían en la mente de Teresa. En cuántas oscuridades e incertidumbres se ampararía en la voz de su madre, siempre presente, siempre ausente.
una santa de la oscuridad
El viaje en tren a través de Europa, aunque largo y cansado, supuso para la joven una magnífica ocasión para descubrir nuevos horizontes que, desde su mirada enamorada de Dios, describe con inmensa emoción:
“Las montañas, todas vestidas de blanco, se veían majestuosas y espléndidas. La belleza me embelesó. Ah, qué hermoso ha de ser Dios para haber dado todo esto a la naturaleza para que los hombres lo disfruten.”
Las dos muchachas llegaron finalmente a la abadía de Loreto en Rathfarnham, Dublín, el 12 de octubre. Allí emprenderían su etapa de postulantas, aunque solo permanecieron en esta localidad seis semanas. Durante este tiempo, Agnes comenzó su estudio del inglés, se inició en los usos y costumbres de la vida de la congregación y decidió tomar el nombre de Teresa por la santa de Lisieux, a quien siempre profesó gran devoción, con lo que quedaba convertida en la hermana María Teresa del Niño Jesús.
“Todas las hermanas son cariñosas y amables. La Orden es maravillosa. Estar aquí, entre ellas, eso es felicidad. Estoy tan contenta, que no podría envidiar a nadie porque he alcanzado la verdadera felicidad que anhelaba desde hace tanto tiempo.”
La breve estancia en Irlanda concluye para Teresa cuando es destinada, junto a otras tres postulantes de Loreto, a la India. Su sueño de ser misionera en Bengala se abre ante ella como una realidad que ansía desde lo más profundo de sus ser. Así, el 1 de diciembre de 1928, zarpa rumbo a este país que llegará a convertirse, a lo largo de su vida, en esencia de sí misma. Sobre este momento escribe: “El día de la partida llegó; el día que tan ansiosamente esperaba. Y partí hacia mi nueva patria: la India fabulosa.”
Teresa ya designa como “patria” algo a lo que el afecto y la emoción nos unen íntimamente a esta tierra, si bien desconocida, aún más soñada por ella. En sus palabras “la India fabulosa” proyecta su ensoñación, su entusiasmo, la vibrante alegría que, un tiempo más tarde, quedaría pulverizada por la dura realidad de este país.
El largo viaje en barco a través del canal de Suez, el mar Rojo, el océano Índico y, finalmente, el golfo de Bengala, obligó a las jóvenes a vivir la Navidad en el mar. Durante la travesía, Teresa expresa sus más íntimos sentimientos en una preciosa poesía en la que refleja su dolor por la separación, lacerante sacrificio, y describe su motivación más honda: salvar de la oscuridad a aquellos que no tienen fe.
Como descubriremos más adelante, según nos adentremos en su vida, si alguien conoció en su dimensión más insondable la palabra “oscuridad”, fue Teresa de Calcuta, quien, durante casi cincuenta años, encontró en ella su auténtica patria.
En 1959, a la edad de cuarenta y nueve años, escribirá:
“Si alguna vez soy santa, seré una santa de la oscuridad. Estaré continuamente ausente del cielo para encender la luz de aquellos que en la tierra están en oscuridad.”
Pero todo eso llegaría mucho tiempo después de aquel viaje que, tras una primera escala en Colombo, cuya exótica naturaleza maravilló a Teresa, recaló en Madrás, donde la joven quedó impactada por la terrible pobreza de sus gentes. En una resumida anticipación del escenario habitual en el que habría de desarrollarse la mayor parte de su vida, descubre conmovida la necesidad de los desheredados del mundo: “Muchas familias viven en la calle, arrimadas a los muros de la ciudad, incluso en lugares atestados de gente. Pasan el día y la noche a la intemperie, tumbados en esteras que confeccionan ellos mismos con hojas de palma o, muy a menudo, en el suelo raso. Van prácticamente desnudos , a lo sumo, con unos harapos atados a la cintura. Si nuestra gente viera estas cosas, a buen seguro dejaría de quejarse de su mala suerte y daría gracias a Dios por haberle concedido tantos bienes.”
las primeras escenas de dolor
Muchos años más tarde, estas palabras siguen describiendo el lado más doloroso de la India actual. Como si un estado de atemporalidad hubiese atrapado algunos lugares y, ajenos al paso del tiempo permanecieran anclados en su miseria, estas frases recuperan al instante cientos de imágenes que guardo en mi memoria y que configuran la Calcuta de hoy.
Y, finalmente, a esta ciudad que completaría el nombre de la santa, llegó Teresa el 6 de enero de 1929. Su estancia en ella fue, en esta ocasión, muy breve, pues rápidamente es trasladada a Darjeeling, población de bello paisaje situada al Norte del país, lejos del calor sofocante de la ciudad, en las estribaciones del Himalaya, donde Teresa pasa dos años realizando su noviciado.
En esta etapa de formación aprendió lenguas indias: hindi y bengalí, y se impregnó en profundidad del carisma de la orden de Loreto que realizaba su apostolado desde la pedagogía, centrándose en la educación de las niñas, algo para lo que Teresa demostró desde sus inicios un especial talento.
Aquella novicia, recordada por sus compañeras del momento como “una gran chica, muy alegre, lista y siempre contenta,” profesó sus votos temporales de pobreza, castidad y obediencia el 25 de mayo de 1931 e inmediatamente después comenzó a impartir sus primeras clases en la escuela conventual de Loreto en Darjeeling, donde también colaboró en un pequeño centro médico al que acudían personas pobres y necesitadas. Allí comparte, una vez más, la desgracia de los que sufren, uniéndose a ellos en su dolor. Su capacidad de conmiseración es tan alta que hace suyos todos los padecimientos de quienes se acercan a ella. Esta será su vida, compartir la pasión del Señor en aquellos que cada día la reviven, y en estas primeras escenas de dolor está aprendiendo a reconocer a Aquel al que ha entregado su voluntad.
Tras su estancia en Darjeeling, Teresa será destinada a Calcuta, a la Escuela de St. Mary de Loreto en Entally. Calcuta, la ciudad de la noche terrible, como la denominó el escritor Rudyard Kipling o la ciudad de las pesadillas, en palabras de Nerhu, primer presidente de la República, es todavía hoy un desafío permanente a la condición humana. Calcuta es una odisea caótica en la que el visitante occidental queda conmocionado por olores, sonidos e imágenes que golpean y saturan sus sentidos.
Y en medio de este escenario, que alcanza en ocasiones el rango de dantesco, se ocultan oasis sorprendentes por inesperados donde el tiempo se detiene y nos devuelve a lo conocido. Uno de ellos es el colegio de St. Mary de Loreto en Entally, donde la Madre Teresa desarrollaría su valiosa labor docente.
Victoria Escudero
Voluntaria de las Misioneras de la Caridad