En aquel tiempo “ El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.” (Lc 9, 7-9)
Hasta entonces, dice Lucas con cierta socarronería, Herodes no se había enterado de nada de lo que pasaba. Los gobernantes soberbios no se enteran de lo que pasa en el pueblo, salvo si les afecta directamente, y Jesús había elegido precisamente el pueblo sencillo, anónimo, para actuar, para que naciese desde ahí su pueblo nuevo. El dictador zorruno, después de hacerse la gran pregunta que da inicio al Camino para todos los hombres -¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas? -, tampoco sabía qué hacer con aquella Noticia, con aquel Evangelio que le anunciaban en respuesta. Ni sus ojos, ni sus oídos, ni sus contactos con la gente estaban limpios A Herodes le llegó el turno de preguntarse por la realidad de la resurrección de los muertos. Se enteró, dice un Lucas satírico y casi humorista, de lo que pasaba, pero no se enteró de la realidad, de lo que no pasa ya nunca, Dios en medio de nosotros. Todas las respuestas que nos transcribe Lucas sobre la identidad humana, profunda y religiosa de Jesús que circulaban entre los unos y los otros del pueblo que controlaba Herodes, –no entre los sabios y entendidos en la Ley–, apuntaban a que era alguien de otro mundo, de más allá de la muerte, que había vuelto de nuevo a este mundo del que Herodes se creía dueño y señor, con permiso de Roma. Y realmente era parte de la persona y misión de Jesús abrir la puerta entre cielo y tierra, con un puente de cruz sobre el foso del pecado, para pasar hasta el más allá siempre temido, siempre hasta entonces mistérico. La Gehena, con el Crujir y rechinar de dientes, oscuridad, tinieblas, llanto incesante y sin alivio alguno, donde estaban los malos, atados de pies y manos, arrojados de la sociedad… Eran algunas imágenes que el mismo Jesús y los evangelistas plasman en el Evangelio y lo que el pueblo en su fe sencilla creía y temía.
Pero por otro lado los personajes que nombran para identificar a Jesús, eran consoladores del mismo pueblo llano y azote temible de los poderosos; Juan Bautista, Elías, algún otro profeta… La gran pregunta de Lucas, colofón de la curiosidad y dudas de Herodes y del sentir mistérico del pueblo, es la misma que sigue siendo valida hoy: «Quien es este del que oigo semejantes cosas?» Es el primer chispazo del Evangelio que se clava en la curiosidad del alma por su propia vida. Es la pregunta a contestarse. Hasta el mismo Jesús requiere a los Apóstoles en ese mismo capítulo 9 del evangelio de Lucas ¿Quien dice la gente que soy yo?… Y vosotros quien decís que soy? (9,19-20) Pero a ellos les había dado antes la experiencia de evangelizar, curar enfermos, expulsar demonios, y todo ello sin llevar absolutamente nada de apoyo humano para la intrépida misión. Lucas 9:2… «Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar…. No toméis nada para el camino, ni túnica ni bastón, ni pan, ni plata…!»
Es el Hijo del hombre, el Cristo, el Señor que manda a predicar el Evangelio con su propio poder de curar enfermos y someter diablos, a sus apóstoles Es el que alimenta al pueblo en el desierto…Todas esas respuestas las da Lucas en el denso capítulo 9, pero todo su Evangelio será una proclamación de la misma identidad que conecta lo desconocido con lo conocido, lo del profundo más allá presente ante Dios, Creador y Padre, con nuestra experiencia rutinaria, con nuestras cosas de cada día. Y todo eso se hace a través de un Nombre, de una identidad personal que puede decirse por unos y otros. ¿Quien dice la gente que soy yo?.
La mayoría de nuestros días, ni siquiera nos preguntamos por la identidad nuestra y de Jesús en nosotros. Quizás sea hoy un buen día de redescubrir que tenemos una identidad personal cristiana, que traduce el misterio. ¿Que pregunta me hago sobre Cristo en mí? ¿Cómo lo llamo en mi intimidad? ¿Cómo me llama Él en la Iglesia? ¿Tengo ganas de verlo? ¿Tengo ganas de ver a los demás en su identidad ante Dios, y que los demás vean quien soy ante Dios?
Esa es mi realidad para lo eterno.