En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús (San Lucas 9, 7-9).
COMENTARIO
Esta lectura puede confundirnos —dada su excesiva sencillez— y hacernos pensar que hoy la iglesia no nos quiere transmitir un mensaje concreto con el evangelio escogido. Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, no narra los acontecimientos que rodearon la muerte de Juan, posiblemente —dado su carácter investigador— encontró divergencias históricas con lo relatado por los otros evangelistas. Sin embargo incluye en sus escritos estas seis líneas que parecen de escaso valor, pero tienen una gran profundidad. En primer lugar tenemos a Herodes Antipas, gobernante de una parte de Israel; violento, injusto, dictador, inmoral, prevaricador…; representa el mundo de hoy que piensa que ha acabado con la Iglesia y su mensaje —de la cual es figura Juan— y sin embargo queda extrañado al ver que su voz sigue viva a través de un tal Jesús. Al actualizar esta palabra tenemos que Herodes es la sociedad pagana de hoy, que ese Juan muerto son nuestros hermanos mártires y ¿Jesús? ¿Quién tiene hoy el papel de hacer ver que el grito de Juan sigue vivo? Aquí está el mensaje profundo de esta palabra, ya que tú y yo —si somos Iglesia— estamos llamados a que el mundo, los que te rodean y viven en el materialismo, en la soledad del agnosticismo, se pregunten al conocer nuestra forma de vivir: ¿quién es éste de quien oigo semejantes cosas? Es un buen día para reflexionar sobre nuestra llamada, sobre la misión, sobre la responsabilidad que hoy cada uno de nosotros tiene como cristiano. No se trata de que se vea lo “buenos” que somos, se trata de que este mundo reconozca la existencia de Dios, su amor, su misericordia, su mensaje. Por esto dieron la vida Jesús, Juan y muchísimos hombres y mujeres a los que les debemos nuestra fe. Seamos agradecidos, no privemos a nuestra generación de la buena noticia que ha cambiado nuestras vidas; pongámonos manos a la obra, «pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios» (Rom 8,19).