Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (San Lucas 11, 5-13).
COMENTARIO
Dos formas de estar el hombre ante el Reino de Dios nos presenta Lucas. Una con las puertas cerradas y durmiendo en su cama, tan a gusto, ”con sus niños dentro”, y otra, la de su vecino, con las puertas abiertas para recibir al que llega de lejos o de cerca, y humillarse pidiendo, insistiendo, molestando incluso para atender bien a los que llegan a su casa sin avisar. Son también dos partes al menos en el texto de hoy para iluminar e ilustrar el estado de conciencia del orante, el que pide y habla con su Padre del cielo.
El capítulo 11 y el 18 de San Lucas recogen la enseñanza de Jesús en algo necesario no solo para ser discípulo suyo, sino simplemente para ser hombre que cree en Dios de cualquier religión, o técnica de orar: la forma y el contenido de la oración. Pueden ser distintas, según la ocasión, cultura, tradición, escuela, etc…, pero en esencia, el encuentro y la actitud del hombre orante con la Luz, serán siempre las mismas en cualquier tiempo y lugar.
Hoy Jesús, después de orar Él mismo, les enseñó a los suyos cómo y qué pedir con el Padrenuestro, pero les inculcó también —es el evangelio de hoy—, algo que precede y sigue a la oración perfecta: la humildad, la confianza, la perseverancia, hasta el punto de sentirnos pesados en nuestra petición. Obviamente Dios no está sordo ni distraído, y antes que tengamos una necesidad, Él ya la conoce porque así nos hizo, y seguramente tener necesidades y pedir, sea una prueba a nuestra vinculación con su generosidad. El mismo Jesús algunas veces explicó el mal y la enfermedad que encontraba a su paso, como una posibilidad de que brillase la gloria de Dios, tras imponer sus manos, curar y alimentar. La necesidad, y la petición que engendra, son para Dios una técnica de encuentro.
La oración efectiva requiere perseverancia, pero si el Padre sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos, ¿entonces para qué insistir tanto? Porque quizás lo importante sea el acercamiento al ´vecino´ del cielo, al que siempre está cerca, aunque parezca con la puerta cerrada, y con sus hijos dentro. Esa relación vecinal, que se atreve a despertar al amigo, y golpear su ventana hasta que lo escuche, es una imagen entendible en cualquier cultura en que exista la comunión, la amistad, la vecindad, aunque hoy sea difícil entenderla. Nuestras comunidades y ciudades son muy despersonalizadas. Apenas si conocemos al vecino, y si se nos ocurriera despertarlo a media noche para pedirle tres panes, porque nos llegó de lejos un inmigrante amigo, seguramente el llegado de viaje se quedaría sin cenar, y el anfitrión con un ojo morado.
¿Por qué pidió tres panes? Si eran de aquellos panes de antes en los pueblos, que con uno comía una familia más de un día, al hombre acogedor le debieron llegar más de veinte personas. Reduciéndolo a hoy, casi una patera completa.
Hambrientos, de viaje. Y yo pobre de pan. ¡Llegó Cristo a mi casa y yo sin nada que darle! La actitud del creyente generoso tiene recursos que Él mismo nos regaló, pedir al Padre de todos los dones, buscar hasta en el último rincón de la Palabra lo que a Él le gustaría hoy de mí, llamar a mi Madre que me abra el corazón, despertar y movilizar al vecino dormido, y aunque mi tesoro sea poco, ponerlo a disposición.
El primer resultado del mandamiento eterno de Jesús que es amar, se mide con la actitud de hoy: pedir, buscar, llamar.
Para pedir: hay que tener necesidad. Ser pobre. O tener caridad y ver en el pobre un amigo, aunque sea de otra raza y otro país, que solo trae de noche cansancio y hambre.
Buscar: supone tener inquietud y posibilidad de encontrar lo que se necesita.
Llamar: es tener la certeza de que alguien cercano te escucha, y la confianza de que acudirá, aunque su puerta parezca cerrada.
¿Quién es el protagonista del evangelio de hoy? Quizás no sea el pide sino el que da. El protagonista es el Padre del cielo, cercano, que da el Espíritu Santo al que sintiéndose pobre de Espíritu, lo pide a gritos, día y noche. Por eso lo compara Jesús para que se entienda, con un padre de la tierra, que no equivoca a su hijo.
La esencia del Evangelio de hoy es ¨El Espíritu Santo que da el Padre”. No hay nada más allá de eso en la necesidad del hombre, porque su déficit es la pobreza extrema.
Pedir, buscar y llamar son los tres primeros regalos del Padre al hombre que quiere dar a su Hijo. Son tres regalos que aunque parezcan venir de una carencia, son la clave para iniciar su relación y encuentro. Son como aquellos tres panes que “alguno de nosotros” —que somos todos—, necesita para atender a su amigo caminante del camino, que viene de lejos, más pobre que uno. ¡Yo quiero tener la puerta abierta!