En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan.
Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:
–Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
–¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
–¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
–Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mi, tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
–Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto (San Lucas 24, 35-48).
COMENTARIO
Recién llegado del pueblo para cursar mis estudios universitarios, como cientos de jóvenes con el único objetivo de abrirme un futuro profesional, a ser posible seguro y cómodo vine a vivir a Madrid. Participaba habitualmente de la Eucaristía, pues desde niño había sido educado en la asistencia a la misa dominical. Pero ahora, solo en la gran ciudad, sin padres que te controlen, con las hormonas en plena ebullición y miles de pájaros revoloteando por la cabeza pues, también como cientos de jóvenes, surgen dudas en el corazón y la luz de alarma del alejamiento de “Jerusalén” se enciende.
En esta situación me acerqué a la parroquia de “la Paloma” del Madrid castizo, y me colé en una celebración donde por primera vez (se celebraba con pan ácimo) el gesto de “partir el pan” provocó en mi el reconocimiento de “una presencia” que jamás antes había experimentado.
Días más tarde, después de echarle un pulso al pudor, me atreví a desnudar mi interior y me fui a hablar con el párroco, el bendito sacerdote D. Jesús Higueras cuya santidad, estoy seguro, reconocerá oficialmente la Iglesia espero, más pronto que tarde.
Me invitó a escuchar una serie de catequesis para adultos entre las cuales, una de las sesiones consistía en la celebración de una “paraliturgia” donde la Iglesia, en este caso representada por el Vicario Episcopal, hacía entrega de la Biblia a los catecúmenos. En ese momento no tenía ni idea del rumbo que iba a tomar mi vida. Si en esas fechas alguno de mis amiguetes me hubiese dicho que iba a ser cura yo le hubiese contestado: “Tío, ¿qué te has fumado hoy?” que, por cierto, fue lo que muchos de ellos me dijeron cuando les comuniqué mi intención de entrar en el seminario.
De esto han pasado ya más de 35 años, pero recuerdo esa ceremonia como si fuera hoy y las palabras exactas del Sr. Vicario al hacerme entrega de la Escritura: “Pablo, recibe las promesas hechas a nuestros primeros padres. Recíbelas cumplidas en nuestro Señor Jesucristo. Que esta Palabra en ti hecha vida, te lleve a la Vida Eterna”. El relato del evangelio de hoy me ha vuelto a hacer presente, no solo estas palabras, sino aquel momento.
Y además me da pié para hacer el comentario de hoy. Quiero también enmarcarlo en el contexto de toda la obra de Lucas. Haciendo un símil con el cuerpo, el evangelio sinóptico de Lucas es la “sístole”: El anuncio de la “Buena Noticia” desde Nazaret (Jesús en la sinagoga proclama: “Hoy se cumple esta escritura”) hasta Jerusalén. Su segundo libro, “Hechos de los Apóstoles”, sería la “diástole”: De Jerusalén hasta los confines de la tierra. El “Misterio Pascual” sería el corazón donde se lava la sangre venosa y brota renovada, llena de oxígeno para regenerar la vida. (“El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblo, comenzando por Jerusalén”.)
El relato de hoy es la bisagra entre el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia. La expansión del Evangelio es imparable. Curiosamente Lucas hace la genealogía de Jesús al revés, de adelante a atrás, y se remonta hasta Adán. Lucas, el evangelista de la misericordia, no quiere que nadie quede excluido del plan de salvación: Desde los confines de la historia hasta Jerusalén y desde Jerusalén hasta los confines de la Tierra: Es el “Big Bang” del Espíritu: A la luz de Jesucristo Resucitado las escrituras adquieren su verdadero sentido. La “Escritura” no es lo escrito que recoge lo acaecido en el pasado, sino que tiene proyección de futuro. La historia tiene un principio y un fin, Alfa y Omega. Se abre el entendimiento y la “Escritura” deja de ser “lo escrito” para convertirse en “Historia de Salvación” (“Era necesario que se cumpliera todo lo escrito”) El “entendimiento” no cambia la realidad, no puede evitar “lo que tiene que ser”, pero sí su interpretación y la forma de vivirla y afrontarla.
“Escucha, Israel” es el primer mandamiento. Para escuchar la Escritura hay tener el oído abierto, para escuchar la historia (la palabra en ti hecha vida) como Historia de Salvación hay que tener abierto el entendimiento. Cuando Jesús abrió el oído a un sordo provocó tal asombro que decían: “Todo lo ha hecho bien”. (Cf. Mc. 7, 37) Aquel a quien se le abre el entendimiento es capaz de oír su propia historia como Palabra de Dios y en el colmo del asombro también exclamar: “Todo lo ha hecho bien”.