En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (San Mateo 11, 25-30).
COMENTARIO
La biblia de Jerusalen en sus comentarios aclara que Jesús, al decir “estas cosas,” no se refiere a lo que precede en el evangelio de Mateo. Los versículos anteriores narran la condena del Señor a las ciudades impenitentes. El pasaje está aquí insertado y no se explicita qué cosas son estas. Pero los exégetas ven referencia al final del discurso apostólico cuando los apóstoles son enviados a predicar y les anuncia “quien me recibe, recibe al que me envió” y “quien dé a beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos “pequeños” por ser mi discípulo, no perderá su recompensa” (10,42) o más adelante: “A vosotros se os ha dado a conocer el reino de Dios y a ellos no” (13,11). Estos pequeños a quienes se revelan secretos, son los discípulos y por extensión los creyentes. Muestra aquí Jesús su divinidad trinitaria en su identidad con el padre, que “le ha entregado todo” y él tiene poder para elegir a quien revela sus misterios.
Hoy celebra la Iglesia el Sagrado Corazón de Jesús; después de la entrega de Cristo en la eucaristía, Dios, en su empeño de ir dando a conocer los misterios de su amor, avanza un paso más con esta presencia palpable del humano Corazón de Jesús.
Ya en el antiguo testamento la ternura del amor de Dios aparece varias veces: Moisés da al pueblo la razón del favor divino liberándolos del faraón “no por ser un pueblo fuerte y numeroso”, pues sois el menos numeroso de los pueblos, sino porque “se enamoró de vosotros”(Dt 7,8) y en Oseas Dios habla de su incapacidad de actuar con ira porque “cuando Israel era niño yo le amé… yo enseñé a Efraím a caminar … es para ellos como quien levanta un niño contra su mejilla”, ”con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor… ¿cómo voy a dejarte Efraím, cómo entregarte Israel?, mi corazón está en mí trastornado y a la vez se estremecen mis entrañas.” (Os 11, 3-4. 8) El corazón ha sido considerado siempre símbolo del enamoramiento, centro de la expresión del amor, así se nos muestra en el proceso de entrega de Cristo a los hombres; tras dejarnos la Eucaristía y padecer y morir en la cruz, nos muestra su corazón atravesado, de donde manan la sangre del sacrificio redentor y el agua de la gracia para el perdón.
Este misterio del Corazón de Jesús que fue revelado a Margarita María Alacoque, Bernardo de Hoyos y otros muchos santos y beatos, arraigó profundamente en la devoción popular; hoy parece haber quedado ñoña y pasada de moda para algunos cristianos, por culpa quizá de la torpe imaginería.
Como prueba de su total entrega, Jesús nos ofrece: “Venid a mí… y yo os aliviaré” palabras especialmente dedicadas a los cansados y agobiados, es decir: los pobres, los enfermos, los tristes, los marginados, los solitarios, los que nada valen para la sociedad, los desengañados. Todos nos sentimos alguna vez así. Pero hay que tomar el yugo de la obediencia a su voluntad, Jesús nos asegura que es llevadero, dejar en sus manos las riendas de nuestra vida y aprender ¡pequeña cosa! a ser como él manso y humilde de corazón. “Con mansedumbre, humildad y paciencia, soportándoos mutuamente por amor” (Ef 4,2).
En la devoción a su Corazón Jesús propone esta sensible ligazón de amor, que no es solo recrearse en coloquios místicos (que también), sino libar en su interior el néctar y extender continuamente a los demás en nuestro entorno este amor que reside ardiente en Él.
Ahora los seguidores de Jesús tienen que ocupar, con la ayuda del Espíritu, ese puesto que les está asignado desde el seno materno, y colaborar, con las capacidades recibidas, en la tarea encomendada a los cristianos de hoy, para despertar este mundo adormecido, y construir “un mundo nuevo posible», que dice el papa Francisco, donde se establezca el reino de la justicia, la paz y el amor.