En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (San Mateo 11, 25-30).
COMENTARIO
Con la llegada del mes de Julio hemos entrado de lleno en el tiempo vacacional. Tiempo anhelado por unos y por otros; tiempo planificado con antelación para buscar lugares y espacios para hacer lo que durante el resto del año no hemos podido realizar. Sin embargo, este año, posiblemente para muchos, el periodo veraniego va a estar marcado por la incertidumbre provocada por la pandemia del coronavirus que ha propiciado el cambio de planes en relación con el destino elegido para pasar nuestras vacaciones y la necesidad de extremar todas las medidas preventivas para evitar posibles contagios. ¡Serán sin duda alguna, las primeras vacaciones de nuestra vida en las que vamos a estar marcados por las “mascarillas”.
Las vacaciones (que etimológicamente significa “descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”), se presentan ante nosotros como un tiempo “en blanco” para llevar a cabo proyectos por vivir en gratuidad y libertad, no marcados por la rutina monótona del trabajo o por la disciplina siempre exigente del estudio y de las ocupaciones de la vida ordinaria. Además, este año, debido al largo tiempo que hemos pasado confinados en nuestras casas, necesitamos vitalmente superar el “síndrome de la cabaña (quedarnos recluidos en nuestras refugios domésticos) y buscar, crear y primar espacios para el encuentro interfamiliar o de amistad, espacios para el diálogo, el juego y la mesa ampliada. Este año, ¡necesitamos más que nunca, esponjar nuestros corazones compartiendo vivencias, esperanzas y alegrías. Este verano, necesitamos retirarnos para encontrarnos, vernos para escucharnos, abrazar nuestras realidades concretas para descansar buscando hacer siempre la voluntad de Dios. Las medidas preventivas para evitar el contagio del virus nos han impuesto socialmente llevar la mascarilla a modo de “bozal” pero no nos ha quitado la palabra y los deseos de encontrarnos y de vivir la dulce alegría de la amistad compartida y de los buenos momentos celebrados en ámbitos familiares o amistosos. ¡Aprovechemos y disfrutemos este tiempo para pasar juntos con las personas que queremos de verdad y pongamos todo de nuestra parte para hacer la vida más sencilla, humana y fraternal!
Coincidiendo con este primer domingo de Julio, la Palabra de Dios, sale a nuestro paso para indicarnos dónde está el secreto del verdadero “descanso”. Jesús que sabe de nuestros agobios de la vida, de nuestros proyectos quiméricos, de nuestros planteamientos, tantas veces egocéntricos y de nuestras angustias y preocupaciones de todo tipo (personales, familiares, laborales, sociales, políticas, etc…), como consecuencia de la crisis sanitaria, social y económica que estamos viviendo, nos da una “clave” para hacer descansar nuestro espíritu y nuestro cuerpo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, nos dice, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. El mismo Jesús que en medio de la noche pandémica que hemos atravesado durante estos últimos meses nos ha confortado, sostenido y acompañado, viene a nuestro encuentro y nos dice: ¡No temáis soy Yo y estoy con vosotros; también quiero pasar estas vacaciones a vuestro lado!
A luz de esta invitación del Señor, descubrimos, que no descansaremos nunca si buscamos el descanso fuera de la voluntad de Dios. Ya decían los Padres de la Iglesia que hay dos formas de vivir la existencia: la de aquellos que siempre hacen su voluntad y, por más que hacen, siempre están cansados; y, la de aquellos que hacen la voluntad de Dios y siempre están contentos y descansados. En el fondo es lo mismo que expresara San Juan de la Cruz al afirmar que “los que andan en amor ni cansan, ni se cansan”. Por tanto, allí donde vayas este verano, allí donde estés procura vivir del Espíritu pues “si vivís según la carne vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis”, nos recuerda San Pablo en la segunda lectura de hoy.
Otra “clave” que nos da el Señor, para poder vivir el verdadero descanso, consiste en no evadirnos de la historia y, por tanto, no inventarnos castillos en el aire. Allí donde vayas o donde estés no olvides nunca que la cruz es la llave de la verdadera felicidad, y, en este tiempo, todos hemos experimentado, de cerca, la cruz de la enfermedad y la muerte, la privación de la movilidad, la parálisis de nuestros ritmos laborales y de nuestras rutinas cotidianas…¡hemos estado marcados por la cruz de la incertidumbre y del miedo al contagio del coronavirus! Por tanto, no dejes la cruz en casa, ni la ocultes o disfraces, y menos aún, intentes bajarte de ella, porque te estrellarás en tus propias mentiras y evasiones. Jesús te invita a cargar con tu yugo y aprender de él que es manso y humilde de corazón porque sólo en la cruz encontrarás tu verdadero descanso. Así lo canta un himno de la Iglesia de los primeros siglos: “La cruz gloriosa del Señor resucitado, es el árbol de la salvación; de él yo me nutro, en él me deleito, en sus raíces crezco, en sus ramas yo me extiendo. Su rocío me da fuerza, su Espíritu como brisa me fecunda; a su sombra he puesto yo mi tienda. En el hambre es la comida, en la sed es agua viva, en la desnudez es mi vestido y en el agobio es mi descanso”. No lo olvides: “el que anda en amor ni cansa ni se cansa”.