En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (San Juan 8, 1-11).
COMENTARIO
Quienes examinan técnicamente las Escrituras, señalan que, el texto que hoy se proclama como perteneciente al Cuarto Evangelio, no parece que sea del mismo autor que el resto. Sin embargo, no por ello deja de ser un pasaje en el que se nos ofrece una enseñanza revelada, Palabra de Dios.
En los tiempos que corren, en los que abunda la sospecha moral sobre las personas, e incluso se sigue investigando de manera clandestina sobre la vida moral de ellas, y hasta hay estrategia ilegal que atraviesa el fuero interno y la privacidad personal. El Evangelio de este día confronta a quienes podemos justificarnos en nuestras conductas, agrandando los defectos de los demás, y quedando como valedores de la conducta más ortodoxa, cuando deberíamos caminar conscientes de que hemos sido, tantas veces perdonados.
El papa Francisco nos ofreció, al término del Año de la Misericordia, la Exhortación Apostólica: “La Misericordia y la Miseria”, enseñanza, que toma de san Agustín, y que tiene en el texto del Evangelio, que hoy se proclama, el fundamento de la doctrina papal.
Es tiempo de perdonanza, de misericordia, de volver a la casa del Padre, de reconciliación, nadie queda excluido. Me contaban que una mujer, que estaba en la cárcel, al referirse al pasaje que meditamos hoy, dijo que su admiración por Jesús era por el respeto y la fe que tuvo con la pecadora.
Seamos justos y misericordiosos. Que la misericordia no encubra la maldad, pero que miremos siempre al prójimo con respeto, distinguiendo el pecado del pecador. Y mirémonos a nosotros mismos, para no tirar nunca piedras contra nadie.