En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes (San Marcos 1, 40-45).
COMENTARIO
¿Cuantas veces me acerco a hablar contigo Señor? ¿Cuándo me angustio? ¿Cuándo me siento agobiado por los problemas y vicisitudes de la vida? Estando tu siempre tan cerca de mí, yo tantas veces a lo largo del día estoy lejos, en mis ruidos, en mis pensamientos, metido en mis asuntos sin reparar que tu estas cerca muy cerca de mí a través de ese ángel de la guarda que has puesto sobre mí como receptor y altavoz de nuestras conversaciones. El problema siempre parte de mi libertad para volver mi rostro y los oídos de mi corazón a los planes que tienes para mi cada día. Si me dejo seducir por el “gran-seductor” me llenare seguro de lepra en mi carne porque los deseos de mi cuerpo siempre buscan el placer, la comodidad, la vanagloria y la alegría efímera de mis concupiscencias de las que solo tu puedes librarme enseñándome a descansar en ti, a disfrutar contigo de todas las bellas cosas que pones a mi alrededor dando el color y la textura adecuados a todos los acontecimientos que me aguardan cada día. Yo quiero ver siempre todo lo que me rodea con las gafas de la fe para saber medir, sopesar y valorar todas las cosas con la sabiduría que viene de ti.
Yo se que esa es la clave. Ayúdame tu Señor a saber suplicarte de rodillas y no con altivez, desde abajo y mirando siempre hacia arriba donde tu con los brazos abiertos y con todo poder buscas abrazarme a mi en cada momento de mi vida. No hay mayor verdad que la humildad.
¡Buen día con nuestro Señor!