El otro día leí que el suicidio es la cuarta causa de muerte en el mundo entre los 15 y los 44 años. ¿Qué es lo que alguien puede sentir para quitarse voluntariamente la vida? ¿Hasta que grado de insatisfacción o de hastío se puede llegar para desear acabar con todo y desaparecer?
Y parece ser que en España el problema es todavía peor, ya que entre los menores de 25 años hay más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico y el 30% de las muertes de universitarios es por suicidio.
Hace años, cuando se hablaba de estas cosas, todos mirábamos hacia Suecia y los países nórdicos…¡Ay que ver!, ¡cómo se suicidaban allí! Aquí en España estábamos libres de ese mal y nuestros jóvenes tenían otras cosas en las que pensar. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué nuestra tasa de suicidios es ahora más alta que la de los países nórdicos? ¿Por qué nadie habla de esto?
Somos los más progresistas, los punteros en aprobar “leyes modernas”, queremos ser los primeros en democracia, en libertad, en felicidad…; pero nadie dice que también somos de los primeros en suicidios de jóvenes. Parece ser que este modelo no sirve a mucha gente. ¿Qué sociedad les estamos ofreciendo? Y, sobre todo, ¿qué soluciones estamos aportando?
Se mejoran las leyes para proteger a los trabajadores de los accidentes laborales, se mejoran las carreteras y se buscan soluciones como el carné por puntos para disminuir la mortalidad en las carreteras, se endurecen las leyes para los maltratadotes…: bien; pero ¿qué se hace para que un joven no se suicide?, ¿en qué estamos basando nuestra sociedad? Quizás es que reconocer y enfrentar esta realidad supone asumir un fracaso de nuestros dirigentes, de nuestra sociedad; que nadie está dispuesto a asumir ya que estamos deslumbrados por la democracia, por la libertad, por el placer, por hacer lo que nos apetece; y esto es un punto negro… ¿Será que la felicidad no nos la dan las cosas de fuera? ¿Será que por mucho que tenga o por muchas cosas que me dejen hacer, la felicidad y las ganas de vivir vienen de AMAR? Sí, AMAR, con mayúsculas. ¿En qué escuela, en qué asignatura se enseña esta verdad?
Una parte de la sociedad actual quiere reducir la fe, la experiencia de Dios al ámbito privado, a las sacristías, cuando la fe es un tesoro que no nos podemos guardar para nosotros mismos, pues la fe lleva implícita la comunicación, la transmisión de la propia experiencia, la evangelización para llevar a los demás la salvación de sentirnos amados por Dios y, por lo tanto, capaces de amar por encima de nuestros defectos, de nuestros pecados.
La fe tiene la llave de la vida, ya que nos hace experimentar que detrás de los momentos de sufrimiento, de frustraciones en los estudios, en el amor, en la familia, en el trabajo, con el dinero…, en definitiva, que detrás de nuestra cruz, está Dios esperándonos a través de su Hijo Jesucristo que ha sufrido todo por amor a nosotros, y nos hace pasar de nuestro sufrimiento a la vida, a la felicidad. Detrás de la cruz siempre está la vida, la cruz de cada uno se hace gloriosa. Dice el salmo 42: “Espera en Dios que volverás a alabarlo”; y el salmo 37: “Aguarda un momento, desapareció el malvado, fíjate en su sitio, ya no está”.
Todos necesitamos trascendernos en esos momentos malos y esperar que el Señor actúe y la fe nos dice que lo hará… pronto. Esto nos permite tener capacidad de sufrimiento, cosa que le falta a mucha gente que ha perdido la fe en esta sociedad hedonista y consumista donde nadie sabe sufrir un poquito y, por eso, un joven se suicida, por ejemplo, porque saca malas notas y nadie le ha enseñado a soportar el fracaso; otro se suicida porque le ha dejado su novia y no sabe sufrir, y otro porque ya lo ha probado todo en la vida –droga, sexo, alcohol, placeres…– y se ha quedado vacío y sin ilusiones.
Es cierto que hay suicidios relacionados con las enfermedades mentales, como la depresión o la esquizofrenia, donde por alteraciones de la serotonina o de la dopamina, el enfermo tiende a las ideas suicidas o autolesivas: aquí la solución está en los fármacos o en la psicoterapia o en ambas cosas a la vez, pero estos suicidios son siempre un pequeño porcentaje entre los enfermos mentales.
Sin embargo, hay sociólogos como Émile Durkheim que, a finales del siglo XIX, ya escribía que “el suicidio es el indicador de la constitución moral de la sociedad”, y por lo que se ve, mal vamos de moralidad hoy en día, ya que el indicador está rojo.
En estos suicidios relacionados con la falta de referentes para los jóvenes, con la mala educación, la sociedad materialista y hedonista, la violencia, etc. es donde se puede actuar.
Ahora que hay tanta polémica con la asignatura “Educación para la ciudadanía”, ¿no sería mejor una asignatura llamada “Educación para la vida”?
Educar en valores, saber que la vida es un don que se nos ha dado gratuitamente de lo alto y que no podemos jugar con ella, ni somos dueños de ella, ni siquiera de la nuestra, saber que la vida aun de los no nacidos es importante para Dios, como también la de los ancianos, de los enfermos, de los que ya no valen, no se valen o no son rentables para la sociedad.
Para atajar este problema, esta sociedad debe legislar a favor de los pequeños, de los que no pueden defenderse, cosas que no se logran favoreciendo el aborto, la eutanasia y todas las “modernidades” que queremos asumir para convencernos de lo demócratas que somos o, echando mano del parangón de lo actual, pavoneándonos de hasta dónde hemos llegado en lo “in”, en lo que está de moda.
Educar a nuestros hijos, a nuestros jóvenes, no es darles todo lo que quieren y hacerles unos tiranos consentidos a los que nadie les puede llevar la contraria, ni siquiera los acontecimientos de la vida, aunque ya se encargarán éstos de hacerles morder el polvo de la contrariedad. Ya lo dice un refrán: “Hijo mimado, hijo estropeado”, y también el Eclesiástico hace ya más de 2100 años: “El que mima a su hijo, vendará sus heridas, hijo consentido, sale libertino). Educarlos es ayudarlos a crecer como personas, sabiendo que la felicidad está más en dar que en recibir y que, detrás de cada frustración, de cada acontecimiento de sufrimiento, está Dios dándonos la posibilidad de crecer como personas y de ser cada día mejores.
En el tiempo en que has leído este artículo, dicen las estadísticas que se han intentado suicidar 240 personas, ya que lo hace una cada minuto en todo el mundo.
Este es un gravísimo problema que no está de moda, porque nadie habla de él, pero en el que tenemos que poner toda la carne en el asador.
¿Qué podemos hacer? ¿No será abrir el cielo a la gente? ¿Anunciar que no todo acaba aquí? ¿Proclamar que el amor es más fuerte que la muerte? Hablemos de trascendencia en nuestra sociedad materialista. La misión de los cristianos es evangelizar, proclamar que Cristo ha vencido la muerte y nos da la Vida gratuitamente. Merece la pena vivir la vida porque no se acaba, es eterna y no importa que algún contratiempo, algún sufrimiento parezca que la acorta, porque no es así, sino que tenemos Vida y Vida en abundancia, ya que Cristo la ha ganado para nosotros.
Es esta certeza de saber que Cristo nos ama tal y como somos, con nuestras debilidades, con nuestros pecados, con nuestros defectos, lo que nos lleva a amarnos y a aceptarnos también a nosotros mismos, así, débiles, pecadores. En esta sociedad no se acepta lo débil, lo que no produce, lo averiado, en seguida hay que cambiarlo, hay que actualizarlo, y esa catequesis del mundo va llegando a nuestros espíritus, a los de nuestros jóvenes y, cuando se sienten débiles, frustrados, errados, sabiendo que han hecho algo mal, en vez de acudir a la Misericordia, no soportan su error, su frustración y atentan contra su vida: parece que una vida con errores ya no merece la pena ser vivida.
Todo hombre se equivoca, a veces hace las cosas mal, traiciona a los demás por egoísmo, tiene envidia, necesita que lo quieran y lo busca por encima de todo; pero cuando se da cuenta de que no es perfecto, palpa sus defectos y ve que no puede amar a nadie, solo a sí mismo, tiene dos opciones: o tener la actitud de Judas y no aceptarlo, rebelarse, no soportar su propia debilidad, su fracaso, sus suspensos, que le ha dejado la novia… y la vida se convierte en un infierno que no merece la pena ser vivido, o tener la actitud de Pedro, que, cuando se da cuenta de lo mal que lo ha hecho, que él solo no puede, que no sabe amar, que ha traicionado lo que más quería, se deja inundar por el AMOR de Cristo, que nos ama hasta el colmo, hasta el máximo de dar su Vida por nosotros y entregarnos la Vida para que la podamos vivir aun por encima de nuestras pequeñas o grandes muertes diarias, de nuestros pecados, porque Él nos perdona, Él nos justifica y, teniendo misericordia de nosotros, hace que nuestras miserias se transformen en amor y que en Él y por Él podamos dar fruto y fruto abundante.
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