«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”». (Mateo 11,28-30)
Tras escuchar este evangelio, sobran las palabras. Es muy breve, solo tres versículos, pero sustancioso. Jesús, como a aquellos que le escuchaban en su tiempo, nos dice nítidamente: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…”.
Es una llamada a la confianza en Cristo para todos los sufrientes, para todos los cansados. Una palabra profética en nuestra época, en la que al escuchar los medios de comunicación parece que solo suceden catástrofes, malas noticias. La crisis socioeconómica, y la crisis también muy profunda de valores, lleva demasiadas veces a las personas, incluso a los cristianos, a la desesperanza, al desconsuelo, a la murmuración, al descontento, a la crítica, a la pasividad….Y hoy resuena la Buena Noticia del Amor de Dios, del enamoramiento de Cristo de todos los pobres, de todos los débiles, de quienes sufren, de los que no tienen trabajo, de los que se sienten solos, de los amargados, de los excluidos de la sociedad.
Nos invita también Jesús a imitarle, que es “manso y humilde de corazón”. Sin duda eran unas palabras revolucionarias: Cristo, hijo de un carpintero, llamando a descansar en Él a todos los cansados y agobiados del mundo. Pero esta experiencia es la que tenemos los cristianos, los seguidores de Jesús que nos hemos encontrado con su rostro amoroso, con su sonrisa, con sus ojos mirándonos fijamente. ¿Y cuándo nos hemos encontrado con Cristo de una forma tan real? Normalmente en el sufrimiento. Esa es al menos mi experiencia concreta.
Cuando Jesús dice que su yugo es llevadero y su carga es ligera se refiere, naturalmente, a la cruz. Es verdad que en nuestro sufrimiento vivimos también el dolor de Cristo en su cruz; pero no es menos cierto que solo nuestra cruz, nuestro yugo, nuestra carga, se hace ligera y llevadera cuando la aceptamos. No en nuestras fuerzas, sino en las que Él nos ofrece.
¡Y esta es la promesa que hoy nos hace a todos nosotros! ¡Que Cristo sale a nuestro encuentro para consolarnos, para aliviarnos, para que en Él podamos descansar, para que tengamos confianza! El descanso que nos promete no es el de unas buenas vacaciones sino el sentirnos en brazos de Dios, el vivir confiados y alegres, gozando de la fe que Dios nos regala.
Es, en definitiva, el tipo de vida que nuestro querido Papa Francisco refleja en la exhortación apostólica que acaba de publicar: La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium) y que comienza así: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1).
¿Sufres, hermano? ¿Te sientes cansado y agobiado? ¡Ánimo, Dios te ama! ¡Échate en brazos de Dios! ¡Deja que Cristo te lleve de la mano, te acompañe, te ayude a soportar el peso de tu sufrimiento! ¡No temas, reposa en Él! Y sal de tu tierra, de tu egoísmo, y ve a buscar a otros hermanos: háblales de tu experiencia, de cómo has percibido y comprobado el Amor de Dios en tu vida, ayúdales a llevar su cruz…Y vivirás con gozo la alegría del Evangelio.
Juan Sánchez Sánchez