«En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”». (Lc 19,1-10)
El relato de Zaqueo del Evangelio de hoy es el relato de una conversión. Un hombre que por su condición de publicano y rico anda alejado de Dios y que un día “trata de distinguir a Jesús”. A pesar de que la gente se lo impedía porque era bajito, consigue valérselas para verle. Enseguida el Señor le llama y su vida se llena de Él. Tras el descubrimiento de Jesús viene el inevitable deseo de hacer el mayor bien posible y reparar el mal que ya se ha hecho. Siempre es así; es la habitual rutina de una conversión. Seguro que conocemos en nuestras vidas muchas como esta, incluso la nuestra propia.
Pero para el que escribe estas líneas y para el que me lee, es probable que nos parezca fuera de lugar la historia de una conversión, sea la de Zaqueo o la de Mateo —total, nosotros ya hemos pasado por eso y somos cristianos de fe madura que incluso leemos el evangelio cada día. Sin embargo, creo que esta visión es errónea porque, todo en las Sagradas escrituras es para mí y para ahora. Va dirigido a mí y es aplicable en este momento de mi vida concreto. Así es la Palabra de Dios, misteriosamente viva.
Si volvemos a leer el pasaje de Zaqueo, cada día yo puedo ponerme en su lugar y tratar de redescubrir a Jesús en las cosas cotidianas, y sobre todo en las oscuras y contradictorias para las que hay que subirse a lo alto y tener un visión mas amplia, la de la fe.
La vida cristiana es cansina —perdonad la expresión—; nos metemos en la rutina espiritual de cada día: nuestros rezos, nuestra misa, el rosario, etc. y nos vamos atrincherando, nos enrocamos en nuestro espíritu y perdemos la visión de lo alto, la que tuvo Zaqueo al subirse a la higuera. Necesitamos redescubrir al Señor, sobre todo cuando las cosas se ponen confusas y hay “mucha gente que nos lo impide ver”, como a Zaqueo. Hay que esforzarse por subirse a donde sea para ver a Jesús que pasa por mi vida a diario. Tenemos que buscar a Cristo cada día y superar las dificultades que nos lo ponen difícil. ¿Por dónde pasará Jesús mañana para prepararme y verle bien?
Todos somos bajitos para las mismas cosas. A todos nos cuesta ver a Jesús en el mendigo con el que me cruzo todos los días al ir al trabajo y que siempre está ahí. Es Jesús el compañero de trabajo al que no soporto y evito. Somos también bajitos como Zaqueo para ver pasar a Jesús por el contratiempo de cada día o la enfermedad que no esperaba. Bajito, muy bajito soy cuando tengo que amar a quien me ha hecho mucho daño porque en él también está Jesús, o cuando trato de evitar un asunto que nadie quiere en mi trabajo, o cuando el cura de mi parroquia es un pestiño. Es Jesús el que pasa cuando el ateo de mi oficina vuelve a por mí con la última impertinencia. En esos momentos, Cristo pasa y me habré tenido que esforzar para subirme a algún sitio que me permita verlo con ojos claros, los de la fe.
Tras el esfuerzo de cada día por ver a Jesús —al Jesús difícil de ver, no al de la Iglesia en el Sagrario o al que rezo en mi corazón— entonces descubriremos con asombro cómo ese Jesús, oculto en lo difícil y contradictorio de la vida, nos mira, nos llama por nuestro nombre y se queda con nosotros. En ese momento descubriremos la misma alegría de Zaqueo y nuestro esfuerzo por subirnos a la higuera para ver mejor se verá recompensado.
Jerónimo Barrio Gordillo