«En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenla un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le intimó: “¡Cierra la boca y sal!”. El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: “¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen» (Lc 4,31-37)
Jesús habla con autoridad porque verdaderamente tiene y obedece al Espíritu del Padre. Él es su instrumento y nos da ejemplo a lo largo de su vida para que tengamos la certeza de que cuando nos dejamos llenar de ese Espíritu, y nos hacemos su instrumento, y nos dejamos confiadamente en sus manos, es cuando somos verdaderamente uno con Él.
Ese Espíritu es el mejor remedio contra el demonio; ese del que tan poco se habla hoy, el que nos aleja de la verdad, de la gracia, nos cierra el oído a la palabra. El demonio quiere nuestra destrucción, se ufana de ella…, el Espíritu, por el contrario nos devuelve a la vida, nos conecta con el Creador y nos permite cumplir la voluntad del Padre.
Es por ello que es vital para nosotros como cristianos que mantengamos abierto el oído a su Palabra, que siempre nos interroga, nos pone en la realidad y nos da la fortaleza necesaria para seguir el camino, alejando de nosotros la tentación. Después viene el dejarla actuar, que nos ponga en marcha y que nos haga salir de nosotros mismos.
Para terminar os dejo una meditación del Papa emérito: “A su enseñanza, que despierta la admiración de la gente, sigue la liberación de «un hombre poseído por un espíritu inmundo», que reconoce en Jesús «al santo de Dios», es decir al Mesías. En poco tiempo, su fama se extendió por toda la región, que Él recorre anunciando el Reino de Dios y curando a los enfermos de todo tipo: palabra y acción. San Juan Crisóstomo nos hace ver cómo el Señor «alterna el discurso en beneficio de los oyentes, en un proceso que va de los prodigios a las palabras y pasando de nuevo de la enseñanza de su doctrina a los milagros». La palabra que Jesús dirige a los hombres abre inmediatamente el acceso a la voluntad del Padre y a la verdad propia. No les sucedía así, sin embargo, a los escribas, que debían esforzarse en interpretar las Sagradas Escrituras con innumerables reflexiones. Además, a la eficacia de la palabra, Jesús unía la de los signos de liberación del mal”. (Benedicto XVI, 29 de enero de 2012)
Pidamos al Señor que nos habrá el oído y nos haga dóciles a su Palabra.
Antonio Simón