En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:- «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador» Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». (Lc. 18, 9 – 14)
¡Vaya tiempos que nos está tocando vivir!… El “padrenuestro” blasfemo, títeres supuestamente para niños que ahorcan a un juez y violan a una monja… ¡hasta dónde vamos a llegar! No son pocos los que reaccionan con expresiones tales como: ¡A que no se atreven a hacer lo mismo con un verso del Corán o a mofarse de un imán! Independientemente de que lleven o no lleven razón, no seré yo quien justifique en ningún caso el ataque o burla a cualquier tipo de sentimiento o creencia de nadie. Para mí es algo sagrado y por tanto inviolable. No hace falta llegar a tanto. La dictadura de lo políticamente correcto tiene unos tentáculos tan extensos que bastaría para que hoy se escenificaran los títeres de los que yo disfrutaba en mi infancia para que se hubiese montado “la marimorena”. Mismamente un ejemplo: Bastaría hacer un guiñol con el cuento de “Caperucita Roja” y si este acabase con un cazador matando al lobo para salvar a la abuelita estallaría de forma inmediata una vasta campaña de indignación por incitar al maltrato de una especie protegida, máxime si este brutal exterminio viene justificado por rescatar a una anciana tercamente empecinada en seguir viviendo en su vetusto medio rural que, negándose reiteradamente a aceptar el apoyo social del traslado a una moderna y lujosa residencia, pone en peligro la integridad de una menor, por lo que la mejor solución hubiese sido aplicarle la eutanasia como un gran acto de piedad en beneficio de la colectividad. Y es que, como terminaba un viejo chiste que no voy a reproducir por malo y por soez: ¡Cómo ha cambiado el cuento, Caperucita!
Ya sé que cualquiera que esté leyendo dirá: ¿Y qué tiene que ver todo este rollo con el Evangelio de hoy? Pues eso, que probablemente, en el momento actual, los papeles estarían cambiados.
Yo me imagino aquí y ahora, con todo el respeto del mundo, una parábola más o menos así:
“Un publicano (o sea uno que se dedica a la cosa pública) fue al templo de los medios de comunicación donde se adora a los dioses del poder, del tener y de la fama. Por casualidad, se encontraba también en el plató un fariseo (véase 3ª acepción del Diccionario de la Real Academia), al que acababan de destapar un escándalo, qué más da de qué tipo fuere.
El publicano encaramándose al púlpito de plasma, erguido y con engolada voz declamaba así hacia su exterior: -“Te doy gracias, oh “sonrisa del destino” porque no soy como los demás hombres públicos, corruptos, mentirosos, sinvergüenzas, interesados, nepotistas, ávidos de poder a cualquier precio. Ni tampoco como ese fariseo: meapilas, fundamentalista, integrista, intolerante, retrógrado y fascista. He firmado declaraciones de solidaridad con todos los colectivos progresistas, me manifiesto contra los desahucios antes de llegar a mi casa, apadrino niños no por familias sino por colegios, tengo lazos de todos los colores, hasta el multicolor; y soy un referente de los derechos ciudadanos.”
El fariseo, en cambio, tapando su rostro con el abrigo, huía del acoso de las cámaras y avergonzado clamaba en su interior: “Señor, sólo Tú conoces mis infidelidades, que son muchas más que las que se van a publicar. Nadie como Tú sabe de mi hipocresía. Sólo Tú conoces mi debilidad y lo que soy capaz de hacer cuando no me apoyo en Ti. ¡Tantas veces quiero escapar y huir! Pero, ¿a dónde ir si sólo Tú tienes Palabras de vida eterna?”
¿Cuál de los dos fue justificado?: Sinceramente no lo sé. Reconozco que si me he esforzado en amparar al fariseo es por la cuenta que me trae, porque si no es así, ¡lo llevo claro!
Los tiempos cambian, pero la Misericordia del Señor dura por siempre. Al menos así lo espero.