«En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones”». (Mt 12,14-21)
¿Por qué quieren los fariseos acabar con Jesús? En principio, a ojos humanos, Jesús era un “pobre hombre” que no tenía donde reposar la cabeza, uno de tantos iluminados que recorrían los caminos de Israel hablando de Dios… Sí, pero no. Jesús resultaba extremadamente incómodo porque reinterpretaba la ley de Moisés, propugnaba una ley del Amor donde la misericordia le gana la partida a la culpa. Jesús curaba en sábado —“el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Marcos 2, 23-28)—; no condenaba al pecador —“vete, y no peques más” (Jn 8, 1-11)—; se declaraba Hijo de Dios —“no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo” (Jn. 12, 47)— y mostraba a un Dios amante que esperaba pacientemente a que el hijo díscolo regresara a su verdadera casa. Este modo de concebir la relación religiosa del hombre con Dios era lo que alteraba la estructura mental farisaica y lo que hizo que los religiosos contemporáneos de Jesús buscaran darle muerte.
Y la lectura que hoy nos propone la Iglesia muestra esto mismo, este espíritu de entrega y amor al hombre —“los curó a todos”, dice el evangelista— que hace que el Hijo de Dios, y por ende, cada uno de los que queremos seguirle, no porfíe, no grite, no quiebre la caña cascada, no apague el pábilo vacilante… Esta es la enseñanza de Cristo Jesús hoy para cada uno de los que leen estas líneas: mantengamos la esperanza, cuidemos la llama de la fe de aquellos que tenemos a nuestro lado, no desfallezcamos, porque el Señor ha puesto también su espíritu sobre cada uno de nosotros para que podamos anunciar que nuestro Padre Dios está cerca, muy cerca y nos quiere entrañablemente. Que somos, hermanos, ciudadanos del cielo, y esa es nuestra verdadera patria. Ánimo, ten fe.
Victoria Luque