Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: – «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban. Juan 6, 16-21
El Evangelio de Juan tiene la finalidad catequética de presentarnos a Jesús como el nuevo Moisés enviado por Dios para alimentar a su pueblo en la travesía por el desierto de la vida (multiplicación de los panes y los peces) y, sobre todo, para abrirnos un camino por medio del mar, es decir, de la muerte, y hacernos experimentar que, cuando se vive con fe, mirando a Jesús, no hay, ola, ni tempestad, ni tormenta que nos impida caminar sobre las pequeñas o grandes muertes de cada día. Efectivamente, podemos hacer una lectura comparativa de las vidas de Moisés y Jesús, y, descubrir, la intencionalidad del evangelista: si Moisés es el Profeta por medio del cual Dios ha dado la Palabra a su Pueblo, Jesús mismo es la «Palabra que se ha hecho carne» (Jn 1, 14); si Moisés recibe la misión de sacar al pueblo de la esclavitud de Egipto durante la Pascua, cuando se sacrificaba el cordero, el evangelista Juan presenta a Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29) y como el cordelo inmolado que muere crucificado justo en el momento en que eran sacrificados los corderos en el Templo de Jerusalén; si Dios, por medio de Moisés, abrió el Mar Rojo para que el pueblo fuera rescatado de una muerte segura, Jesús es presentado caminando sobre el mar, símbolo de la muerte (Jn 6, 15-20), para testificar que Él, es el Señor de la Vida y viene con poder para hacernos caminar, cada día, por encima de las olas que amenazan con estrellar nuestra vida contra el polvo; si le miramos a Él, sin dudar, si ponemos nuestra confianza en Él, podemos estar seguros de que nada, ni nadie, nos separará del amor de Dios: «Soy yo. No temáis» (Jn 6, 20).
El Evangelio de hoy se convierte en parábola de todos aquellos que tienen miedo de la vida porque tienen miedo a la muerte, de ser destruidos. Las aguas agitadas que amenazan con engullir a los discípulos, son el símbolo de nuestra vida azarosa que se encuentra siempre amenazada con ser destruida por los vientos secularizadores impetuosos y desafiantes de nuestro contexto cultural actual. Los apóstoles observan, atónitos y asustados, el poder de Jesús para caminar sobre las aguas: Señor; si no estoy alucinado; si tienes ese poder que manifiestas; si es verdad que contigo se puede caminar sin peligro de ser engullido por la historia, haz que yo también camine sobre las aguas. Honda impresión hubo de producir en sus discípulos la catequesis escenificada que Jesús les dio: mirándole a Él, pueden caminar seguros; cuando se miran a sí mismos y las dificultades del momento se hunden estrepitosamente. No fue sólo cosa de aquel día; iba a ser la experiencia pascual que los apóstoles habían vivido en sus propias carnes: «se hundieron cuando dejaron de mirar a Jesús (travesía pascual) y pueden caminar sobre el mar (las dificultades y persecuciones) cuando ponen sus ojos fijos en aquel que inicia y consuma la fe, Jesús Resucitado.
Que sirva la experiencia pascual de los discípulos de la primera hora para nosotros hoy. Frente a cualquier tipo de tentación ante la adversidad por los «vientos contrarios» que golpean la barca de nuestra Iglesia, escuchemos la voz que Jesús nos dirige: «Soy Yo, no temáis«. Son las mismas palabras de consuelo que el Señor dirige a Juan en su destierro en la isla de Patmos: «Él puso su mano derecha sobre mí diciendo: ´No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte» (Ap 1, 17-18). También, a ti y a mí, hoy, el Señor en esta Eucaristía nos ofrece su Cuerpo – Pan de Vida- para fortalecer nuestro espíritu cansado y, tantas veces, sometido a la tentación y a las dudas: ¡Ánimo, soy YO, no tengáis miedo! –nos dice el Señor-, a todos. ¿Por qué tienes miedo, si YO he vencido a la muerte? ¿Por qué tienes miedo si ESTOY contigo, a tu lado, para sostenerte?