Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis».
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio adonde iban (San Juan 6, 1-21).
COMENTARIO
Los apóstoles, después de los duros acontecimientos de la muerte de Jesús, parecen estar desorientados, temerosos ante cualquier nuevo acontecimiento extraordinario. Dice en su comentario Eduardo Schenk que “en la escena los apóstoles parecen huir de la presencia de Jesús, que les hace verse abocados a hacer una profesión de fe” Es él, ha resucitado, camina sobre las aguas, tiene poder sobre las tormentas, es el hijo de Dios. ¿Qué más pruebas de que era el Mesías podía dárseles? Y nace en el fondo de sus corazones el miedo a la entrega, al compromiso. Lo de Jesús va en serio. Este pasaje precede al discurso sobre el Pan de vida que desbarató la fe de muchos discípulos. Ahí se les exigirá una fe más fuerte todavía.
Ahora los cristianos de todo el mundo también estamos desorientados y ante las dificultades se nos exige también una fe más valiente y comprometida.
La iglesia de hoy, sacerdotes y fieles, está estupefacta, nunca se ha vivido tan drástica situación. La misión de la iglesia institución se limitó en muchos momentos a llenar las iglesias, esto consolaba a los ministros los reforzaba en su tarea de comunicar la buenanueva, había siempre un pueblo, más o menos numeroso que respondía; a los fieles les confortaba también la presencia de un grupo al que pertenecer, nos encontrábamos cómodos con el apoyo de los hermanos en la fe.
Esta preciosa vivencia se hizo rutinaria dejó de ser una iglesia viva, aunque seguían los esfuerzos en las parroquias por conservar este lazo de la comunión, pero no existía la estrecha relación de la iglesia primera que nos describe Lucas en los Hechos.
Ahora los pastores buscan medios de seguir su tarea ante los templos vacíos. La imagen de esta semana santa, con el papa Francisco sólo en una gris y vacía plaza de san Pedro nos transmitió la impresionante soledad de una iglesia sin rebaño, aunque ante el televisor muchos millones participaron del emocionante momento.
La iglesia en las celebraciones solemnes del Vaticano mostraba su poder y supervivencia con el templo repleto de clero: obispos y cardenales y la impresionante belleza de la liturgia.
Hoy nos sentimos en la barca con las aguas revueltas amenazadoras pero Jesús está aquí y nos dice una vez más:
“Soy yo, no temáis”