«Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (San Juan. 6, 44-51).
COMENTARIO
Jesús hizo los signos que le daba el Padre, para enseñarnos la realidad y esencia del Reino. Hoy nos da la explicación en fe de la multiplicación de los panes para gente que venía de lejos, enferma, que podían desfallecer si los echaba al camino de vuelta, nos dicen otros Evangelistas, sino que el signo tiene un sentido para conocer creyendo en Jesús. Allí atendió el hambre y fue solución de enfermedades y plagas mortales del hombre, regalando la vida eterna que lleva Él en sí. Para comer aquellos panes salidos de sus manos había que estar allí, y para entender y alimentarse de su vida hay que creer el Él. Pero Ay! “Nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae”.
Hoy nos da hasta vergüenza hablar ante el mundo de nuestra fe en la resurrección y del “último día”, de la vida eterna que esperamos, del Padre que todo lo ha creado allí y aquí, y más aún decir abiertamente que creemos que la Eucaristía es su cuerpo y su sangre, aunque es la realidad de nuestra fe.
La enseñanza y el agrado del Padre, a quien nadie ha visto, es el mismo Jesús que se entrega en su Cuerpo y su Sangre, en su alma y en su divinidad, como el alimento de la Vida. Esa es la gran enseñanza del Padre y la obra de Jesús que anuncia, y dentro de su estilo de signos este será el más misterioso y complicado, porque exige una entrega total de nuestra lógica ciencia. Solo en el contexto del capítulo seis de Juan, se entiende la selección de hoy. La conversión del agua en vino fue magnífica para los primeros discípulos invitados. ¡Seis toneles de Vino! Pero allí solo había que beber y después creyeron. En cambio aquí había que comprometerse con el Padre para ir a Jesús con todos los panes que uno tiene. Y los peces, que tenemos muchos en el corazón, escurridizos e incluso de colores.
La explicación de su milagro en los panes y los peces, produjo la primera crisis seria de la Iglesia naciente. Concluir que nosotros los cristianos tenemos que entregar físicamente, del pan y cobijo que tenemos, a los hombres que no tienen, es una buena conclusión, pero no el sentido pleno que Jesús le da a lo que hizo. Los que comieron, repartieron, y hasta recogieron sobras para alimentar a otro regimiento, no entendieron el signo del cielo, el de la vida sin final que se sostiene con la enorme energía de la Palabra.
Realmente Jesús habla y actúa en el Espíritu, y Juan también después cuando lo cuenta. No desprecia la carne, porque de hecho su primer efecto fue alimentar al cuerpo cansado de sus seguidores, pero lo usa todo para decirnos que Él siendo Señor de todo, nos ama y se preocupa de nuestro alimento del cuerpo y del alma. El motivo de la crisis, fue la consecuencia que sacó Jesús. Os habéis saciado del pan para el cuerpo, pero volveréis a tener hambre. Si coméis en mi cuerpo, y bebéis en mi sangre, no solo no tendréis más hambre sino que tendréis vida eterna. Es el argumento que le dio a la Samaritana con el agua del pozo, o a Nicodemo: Las cosas de la carne, sacian en la carne, las cosas del Espíritu sacian nuestro espíritu.
Jesús habla de su mundo de energía paralelo, secante y tangente a la vez del nuestro, pero que lo alimenta y le da sentido. Solo puede aceptarse y “verse” con los ojos de la fe que regala el Padre. Pan y carne de vida es la Eucaristía y comida en la fe dan el acceso a su vida eterna. Pero la fe se acabará, la Vida no. La Resurrección se realiza una vez en el último día, en solo un acto, pero la Vida es un continuo sin final. Dios Padre nos lo enseña cada día pero ¿cómo? Hay que estar mucho tiempo sentados en su escuela sacramental.
La Palabra de vida se hizo carne y ahora, esa carne, se hizo otra vez Palabra de vida. Es el capítulo más contradictorio y mistérico de Juan. Más chocante que la misma Muerte y Resurrección, porque morir es una realidad nuestra de cada día, y resucitar es difícil creerlo, pero si el Padre nos lleva a Él, lo aceptamos, se cree, y es ya es una verdad que perfuma siempre. Pero la Eucaristía, la transustanciación de cada hostia de pan y cada cáliz de vino, por cada sacerdote, digno o indigno, cada día en cada rincón del mundo, es realmente una obra cumbre continua y espléndida de Dios que requiere, para ser efectiva en nuestra vida, un regalo también espléndido y sublime del Padre, nuestra entrega a su poder inmenso.
Hoy es muy difícil aceptar otras realidades que no sean las del sensismo científico, sometido al tiempo-espacio, a la vista, oído, tacto, gusto… ¿Hemos perdido sentidos internos como el olfato de Dios, el aroma del Reino?