Para el mismo Jesucristo, que, viendo llorar a las hermanas de Lázaro, no pudo evitar conmoverse ante la tumba de su amigo, nada de lo que nos ocurre le es ajeno. La vida es un cruce de gozos y adversidades, y el Señor, conocedor de todos los quebrantos por puro amor, ahí está, cuidándonos de día, guardándonos de noche. Bien lo sabe Irene, madre de familia a la que, como recordarán los lectores, le diagnosticaron un cáncer estando embarazada y decidió postergar su tratamiento para no dañar a la nueva vida que albergaba. Con la confianza plena en que con fe todo nos será hecho, han sido muchas las personas anónimas que han inundado el cielo de oraciones por ella y su curación. Puesto que la esperanza en Dios nunca defrauda, el Señor ha respondido a las plegarias.
Te descubrieron un linfoma de Hodking coincidiendo con el inicio del embarazo, pero optaste por seguir adelante con él. ¿Por qué?
Ni siquiera me planteé no tenerlo. Éramos muy conscientes de la misericordia de Dios y su amor por nosotros en todo momento, incluso en aquellos más duros y, en esta ocasión, por qué no iba a mantenerse igual de fiel. Recuerdo que en una ecografía rutinaria hecha a los siete meses y medio de gestación de Esteban, nuestro hijo mayor, los médicos detectaron que le faltaba una fracción de cerebelo, justo la parte que une los dos hemisferios posteriores, que es por donde pasan todas las conexiones neurológicas. Se trata de lo que se conoce como “Síndrome de Dandy Walker”. Nos informaron de las dificultades psicomotoras, del habla, etc. con las que el niño se podría encontrar. Cuando nació, los médicos comprobaron que efectivamente le faltaba ese segmento, pero las conexiones estaban bien. Después de realizarle todos los seguimientos neurológicos pertinentes, finalmente le dieron el alta médica. Con esta experiencia pudimos comprobar que, pese a todo pronóstico, por negro que sea, Dios todo lo puede.
El cáncer es una emergencia que no sabe esperar. Demorar el tratamiento podía significar renunciar a tu propia vida. ¿Por qué lo hiciste?
Estaba tranquila y esperanzada porque, como he dicho, Dios es todopoderoso. No le pedía que me quitara la cruz; sabía que, si estaba en su voluntad curarme, lo haría.
¿Cómo transcurrieron los últimos meses de embarazo?
Empecé a estar más cansada. El cáncer comenzó a dar la cara por medio de la sudoración y de un cansancio extremo. La hematóloga consideró que, puesto que la enfermedad avanzaba y el niño ya tenía una madurez considerable, debíamos comenzar con la quimioterapia en la semana 30 del embarazo. En ese tiempo tuve tres sesiones. Fue muy desagradable porque se me abrasaron las venas. Tres semanas antes de término me provocaron el parto y nació Lázaro.
Después de un embarazo tan problemático, ¿qué sentisteis cuando nació vuestro hijo?
Sinceramente la misma ilusión que con el primero. Pero fíjate hasta dónde llega el amor de Dios: al nacer Lázaro, todo el mundo nos preguntaba muy preocupado por la salud del niño, y ahí es cuando Marcos y yo nos dimos cuenta de que en ningún momento temimos que el niño pudiera nacer con problemas. ¡Hasta qué punto nos cuidaba Dios, que nos había puesto un velo para no sufrir una angustia añadida que nos quitara la paz e incluso me hubiera afectado físicamente. Ni siquiera he oído el susurro del demonio, ¡hasta de eso me ha defendido!
ni Dios es sordo, ni el cielo es de bronce
¿Cuál fue el paso siguiente, con Lázaro ya fuera de peligro?
A las dos semanas del nacimiento me realizaron un PET para comprobar exactamente por donde se había extendido el cáncer y cómo seguir atajándolo. Días después acudí a la consulta de la hematóloga para examinar los resultados. Lo primero que hice fue entregarle unos dulces de las Clarisas de Lerma, ahora “Iesu Communio”, orden a la que pertenecen una hermana y una cuñada. Quería compartir con ella mi agradecimiento a Dios por mi hijo y por haber guiado sus manos en todo el proceso. Realmente he visto cómo el Señor ha ido orientando cada decisión que la doctora adoptaba. Mi caso, uno de los dieciocho que existen en el mundo, ha sido el reto médico más complejo al que se ha enfrentado, según me confesó ella misma, pero siempre se ha mostrado muy profesional y muy prudente. Mientras examinaba los resultados del PET, la hematóloga ponía unas caras tan extrañas que yo me esperaba cualquier cosa. Finalmente me comunicó que el cáncer parecía haber remitido, ya que no se visualizaban adenopatías ni tampoco otras patologías posibles. ¡No salía de mi asombro! Mi pronóstico se iba a extender a varios meses y lo que menos se esperaba era que solo tres sesiones de quimioterapia bastaran para hacer desaparecer esa masa que había en mi cuello.
¿A qué atribuyes tu curación: proeza médica, milagro, casualidad…?
Para mí ha sido un milagro, pero lo asombroso no es que Dios me haya curado de un cáncer. Yo sabía que estaba en su mano curarme, si es que así lo querría. Lo que me ha dejado atónita es comprobar la eficacia de la oración universal. ¡Yo no soy nadie y me he sentido más especial que una diva; porque soy una elegida por Dios! Esto no quiere decir que los demás no lo sean; cada uno somos únicos y especiales ante nuestro Padre. En mi caso personal puedo advertir su inmenso amor porque es obra suya que tantas personas anónimas de España, Italia, Venezuela, Francia, Alemania…, a los que nunca se lo podré agradecer personalmente, hayan rezado por mí. He visto una comunión tan absoluta con la Iglesia, el pueblo de Dios, que me ha conmovido. ¡Hasta han rezado por mí en el cielo! Durante el tiempo de la enfermedad han fallecido dos personas allegadas a mí, Araceli y Josefina, y sé que han pedido directamente por mí y mi curación a Dios. La iglesia peregrina y la Iglesia reinante han intercedido por mí: ¡qué maravilla!
Decías en la primera entrevista que el cáncer no es una injusticia, sino una oportunidad. ¿Para qué te ha servido? ¿En qué has cambiado?
Cambiar, realmente en poco, pues sigo siendo la misma persona con mis pecados de siempre; ira, orgullo, soberbia; pero, aunque en esencia permanezca igual, el Señor me ha hecho atisbar la raíz tan profunda que tiene el pecado en mí. Espero que, ya que por su gracia he podido descubrirlos, también me permita atenuarlos. Siento que Dios es un escultor que me ha ido modelando con sus propias manos, ya que he notado su calor en muchísimos detalles. El cáncer ha dejado en mí su impronta divina.
no hay temor porque Él me guarda
¿Qué estimó hacer la hematóloga tras esta valoración?
Como tengo 28 años y se supone, aunque solo Dios lo sabe que me queda toda una vida por delante, el protocolo exige acabar con el ciclo que llevaba a medias y seguir con dos sesiones más. Después me hicieron un nuevo PET, que confirmó que estoy limpia, pero debían proseguir con el tratamiento para mayor seguridad. En este punto me encuentro.
¿Cómo te sientes ahora?
Agotada por la quimioterapia. Sin embargo, es un cansancio diferente al del cáncer. Como dije en la anterior entrevista, en plena enfermedad llegué a levantarme en negativo; ahora me encuentro como si hubiera corrido la Maratón, mis músculos no tienen fuerza. También me ha cambiado la expresión facial, pues mis cejas están menos pobladas y los ojos más cansados; parezco más enferma, el pelo se me cae por mechones y ya clarea mi cabeza. Es algo incontrolable que atañe a mi feminidad y eso me afecta en general. Además, tener tanto que hacer en una casa con cinco hijos y sentirme tan agotada, me vuelve irascible con el marido, con los niños e incluso conmigo misma.
¿Es este un tiempo duro?
Sí. El anterior también lo fue, pero lo pasé con la gracia de Dios. Ahora no quiero decir que su gracia no me asista, pero es otro momento. Hemos vivido un tiempo muy tenso, aunque con mucha intimidad con Dios, y ahora que la enfermedad ha pasado, estoy sufriendo sus consecuencias, como la medicación, la quimioterapia que me limitan tanto la vida normal. Me he sentido llevada por alas de ángeles y ahora Dios me está haciendo caminar por otro sendero, más desértico y árido que el anterior.
¿Significa eso que estás sola y abandonada, con una carga superior a tus fuerzas?
No. Dios sigue conmigo pendiente de todo. Voy a contar una anécdota para que se vea la mano de Dios como la veo yo. En este parto me atendieron en un hospital nuevo para mí. El trato que yo recibí en donde nacieron mis otros hijos era especial, pues una tía mía es enfermera allí. En este, en cambio, no conocía a nadie. Cuando comenzó el proceso para el parto inducido, una ayudante de la comadrona, que según dijo me había visto en las visitas ginecológicas, y a la que le llamó la atención mi caso, se ocupó personalmente de mí como si fuéramos familia. Yo venía de nuevas a este hospital y disfruté de una estancia privilegiada. Ahí comprendí profundamente que Dios seguía estando a mi lado. ¡Yo me sentí totalmente hija del Dueño! Esto lo hizo Dios porque soy su hija, y no porque mi tía consiguiera o no una serie de privilegios. Estos detalles de cariño por parte de Dios me confirmaban que Él estaba conmigo y me decía: “tranquila, Irene; sigo a tu lado”.
cruz redentora, valor de eternidad
¿Cómo interpretáis la enfermedad y la curación a la luz de la fe?
Sé que Dios ha querido ambas cosas para algo bueno, sin duda. Nunca he dudado que Él estaba detrás de todo esto. El otro día, en una Eucaristía, mi corazón vibró de repente cuando escuché decir en el salmo responsorial: “En las palmas de mis manos te llevo tatuada”. No puedo negar que a lo largo de la enfermedad haya sufrido; he llorado de impotencia debido al cansancio extremo que me impedía moverme y debía atender a mis hijos; la quimioterapia me ha producido mucho dolor en el cuerpo… Sin embargo, y gracias a Dios, no han sido noches oscuras de fe, pues me encontraba en plena comunión con Él. He sentido muy vivamente que el Hijo, el Amado, ha muerto en la cruz; y yo, que soy también la hija amada, estaba en mi cruz en comunión con mi Hermano. ¡Otra vez la alegría de sentirme la hija del Dueño! Su Hijo no escapó de la Cruz, y en esta enfermedad se me hado la gracia de poder entender un ápice qué significa esto. A Jesucristo, el Padre no le ha ahorrado la muerte de cruz, que es muchísimo más dura de lo que yo he pasado. Por eso cuando escuché que en mis manos me lleva tatuada, comprendí que Jesucristo me tiene presente en las marcas de los clavos de la cruz que ha sufrido por mí; por eso yo ofrezco mi sufrimiento por otros, de la misma manera que hay otros que ofrecen los suyos por mi curación. Esta es la comunión de los santos. Estoy agradecida a Dios por esta enfermedad que me ha permitido apreciar todo este misterio que no olvidaré jamás.
Habéis confiado en Dios y Él ha salido fiador por vosotros. ¿A qué os habéis enfrentado?
En primer lugar al demonio, porque busca la destrucción de la mujer y de este modo aniquilar la familia. El Señor me ha permitido vivir en contra del engaño del mundo, que piensa que los niños son un incordio para que la mujer se realice y prospere.
La vida es el don más preciado que Dios nos da: ¿qué hubiera pasado si hubieras renunciado a la vida de Lázaro por la tuya propia?
Si hubiera sacrificado su vida me hubieran dado la quimioterapia antes; pero no puedo saber con certeza si me hubiera curado. Lo que sí sé es que los remordimientos no me dejarían vivir.
¿Con qué argumentos os tienta ahora el demonio?
En plena enfermedad no me he sentido engañada ni tentada por él. Yo tenía muy claro seguir con el embarazo y es como si me hubiera dejado tranquila. Ahora en cambio sí vienen las tentaciones. Lo siento rondando como león rugiente, pero no le doy tregua. En las pequeñas batallas me engaña, pero en las grandes directrices de la vida, que es en las que me puede hacer tambalear, de momento no me engaña y espero que nunca lo consiga. En la misión en Taiwán y sobre todo tras la enfermedad he aprendido a no proyectarme en el futuro. Mis planes alcanzan, todo lo más, a dos días vista.
¿Piensas que Dios lo ha hecho todo bien contigo?
Sí, rotundamente. Puesto que nunca se equivoca y es un Padre bueno con todos, por qué iba a dejar de serlo en la enfermedad y el tratamiento. Eso nunca lo he cuestionado. ¡Hasta en eso ha sido misericordioso; en no permitir que dude de su amor! Si sufro más es porque yo me alejo, porque Él sigue estando ahí. Siento que Dios me quiere libre y la enfermedad me ha dado libertad.