«En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mi, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron». (Lc 5, 1-11)
En este pasaje Jesús nos deja una serie de expresiones que a nadie puede dejar indiferente… «Rema mar adentro…» (¡Duc in altum…!) Échate a andar, dejándolo todo. No hay desaliento ni miedo. Siempre cuentas con mi Amor y mi poder. ¿Dificultades? Sigue remando. ¿Miedo? No dejes de remar. Confía en mi poder, confía en que, ante cualquier situación, siempre realizo lo que más te conviene. Deja atrás tu tibieza que te lastra y no te deja avanzar. Te doy el pleno sentido a esa fe que, aunque esté ahí, se revela por la incredulidad. Rema mar adentro… Yo estaré contigo. Siempre.
«Apártate de mi, Señor, que soy un pecador». Pero, con la seguridad de que tu Amor es infinitamente mayor que mi deseo y humilde súplica, sabiendo que en ningún momento me dejarás solo. A pesar que el Amor a nuestra libertad es, aún si cabe, más fuerte que tu omnipotencia, sé que eres el centro de nuestros afanes… Tú eres el Alfa y el Omega. El que Era, el que Es y el que Será. Si soy capaz de mantener una disposición sincera y humilde, mi trato contigo será siempre mi salvación y mi gozo. Hay menos diferencia entre «el yo» y la nada, que entre «el yo” y Dios. Pero, a pesar de ello, Dios Padre nos amará en la medida en que nos parezcamos a su Hijo. Soy un pecador… Pero Tú eres perfecto Dios y perfecto hombre. Nuestro hermano, nuestro Maestro…
«No temas, desde ahora serás pescador de hombres…». Con la confianza en que llegaremos a la meta, que no es otra cosa que el Cielo, hay que pedirle a Dios, con nuestro trabajo, que se salven todos. Pero eso comporta audacia. Audacia que no es imprudencia ni osadía irreflexiva, ni simple atrevimiento. La audacia es fortaleza, virtud cardinal, necesaria para la vida del alma.
A los que vencisteis, los vencidos os hemos derrotado. Y lo volveremos a hacer… Es la fuerza basada en Dios. Si no, tan solo sería soberbia. Pero nada es difícil para el que cree… Soy amado, luego existo. Debemos tener magnificencia, independientemente de la importancia de lo que hagamos. La fórmula: la oración constante. Sin pactar con los defectos, ni el desánimo ni las derrotas, renovando el entusiasmo cada día. Y, sobre todo, disponibilidad…
¡¡¡Rema mar adentro…!! La Gracia de Dios no nos falta nunca. Es más… Cristo siempre camina a nuestro lado. Recordando que nuestras obras deben hablar mucho mas fuerte que nuestras palabras… Viviendo siempre cara a Dios, hablando de Él sin miedos ni complejos. Veremos que la Verdad siempre está del lado de la victoria. No abramos las puerta a esa doble vida que nada tiene de cristiano ni de Evangelio, aunque tampoco seamos profetas bien recibidos en nuestra tierra. ¡¡¡Rema mar adentro…!!!
Manuel Ortuño