El 24 de noviembre de 2009 se cumplirá el 150 aniversario de la primera edición de “El Origen de las especies”, el libro más representativo de Charles R. Darwin. En él expuso sus ideas sobre la selección natural y la teoría de la evolución. Los 1.250 ejemplares impresos se agotaron en el primer día. Su visión científica se oponía ampliamente a las teorías vigentes en su época, el creacionismo y el catastrofismo, las cuales se basaban en la lectura literal del capítulo del Génesis sobre la creación del universo, interpretado como si fuera un texto científico.
Con la teoría de la evolución por selección natural —formulada conjuntamente por Alfred R. Wallace y Charles R. Darwin—, el pensamiento evolucionista se generalizó en todo el ambiente científico, inaugurando una nueva etapa de la Biología.
La selección natural es el proceso mediante el cual el ambiente favorece la reproducción diferencial de unos organismos sobre otros. Darwin proporcionó una serie de pruebas sobre el origen de las especies y los mecanismos de su transformación, todavía vigentes hoy. Sus puntos de vista fueron ampliados por numerosos científicos que desarrollaron las líneas generales de su teoría en la casi totalidad de las ciencias biológicas. Por último, Darwin se atrevió a dar el paso que hasta entonces nadie había dado: considerar al Hombre como descendiente de esta gran cadena de seres. Un ser excepcional, desde luego, pero un ser más en la Naturaleza.
¿eliminó Darwin a Dios?
La afirmación de Darwin de que el hombre provenía de antecesores similares a los actuales simios era ciertamente insultante, pues parecía rebajar la dignidad humana. Pero sería equivocado pensar que Charles R. Darwin fue un incrédulo o una persona antirreligiosa. Simplemente se mantuvo en el plano meramente científico (análisis de la causa eficiente y de la material) y se abstuvo de entrar a explicar el porqué de las portentosas cualidades humanas que nos distinguen tan conspicuamente. Simplemente lo consideraba un tema “abstruso” y se limitó a estudiar los aspectos básicos de la conducta instintiva humana en uno de sus últimos libros.
En la cuarta y última edición de “El Origen de las especies”, incluyó cuatro citas al Creador, una de las cuales dice:
“Autores muy eminentes parecen encontrarse plenamente satisfechos con la idea de que cada especie ha sido creada independientemente. A mí me parece que va más de acuerdo con lo que conocemos acerca de las leyes impresas en la materia por el Creador que la producción y extinción de los habitantes pasados y presentes del mundo hayan sido debidas a las causas segundas, tales como las que determinan el nacimiento y la muerte de los individuos”.
“El origen de las especies”, sobre el cual Darwin estuvo reflexionando durante más de veinte años antes de su publicación en 1859, es, según sus propias palabras, «un razonamiento largo». No hay experimentos realizados. No se descubre ninguna información nueva. Hecho tras hecho, observación tras observación, recogidos desde las remotas islas del Pacífico hasta el prado próximo, son anotados, analizados y comentados. Cada objeción es prevista y discutida. En la presentación de Darwin, la hipótesis no es experimentada ni demostrada. En efecto, debido a que el proceso de la evolución es tan lento, Darwin no creyó que la demostración directa fuese posible. Sin embargo, “El origen de las especies” presenta un razonamiento tan convincente que hace casi imposible aceptar cualquiera de las otras teorías.
Las líneas maestras de la Teoría de la Evolución han demostrado ser ciertas. De todas maneras, esta teoría ha experimentado un enorme despliegue y también algunas modificaciones, debido sobre todo a los conocimientos de la genética y de la ecología que faltaban en época de Darwin (Cuadro 1).
Entre 1930 y 1940 surgió una síntesis de los diversos avances en Evolución, liderada por un cristiano ortodoxo, Theodosius Dobzhansky, que consolidó la genética de poblaciones. Y con Dobzhansky, Ernst Mayr, y George G. Simpson, surgió la “Teoría Sintética de la Evolución”, que ha persistido hasta hoy. En los dos últimos decenios se están incorporando la nueva información procedente de la “Biología del Desarrollo”, que junto a la Neurociencia, son las dos ciencias emergentes de más impacto actual (Cuadro 2).
Desde el siglo XIV ya se había consumado la pérdida de la unidad del saber, proveniente del Mundo Antiguo. Las ciencias experimentales se especializaron, sobre todo por los avances en medicina y tecnología. Se descubrieron vías de navegación oceánicas gracias a las inversiones que el poder político impulsaba para dar respuesta a las demandas de una creciente población europea. Los hallazgos científicos y tecnológicos llevaron a no pocos a creer ciegamente que hallarían en ella solución a todo. Y así, del mismo modo que, en el Renacimiento, algunos elevaron al Hombre a la categoría de ídolo —creyendo que se bastaba a sí mismo—, en el siglo XIX, el siglo de la Ciencia, pretendieron sustituir a Dios por la Selección Natural. Entre ellos no debe incluirse a Charles Darwin, desde luego.
la legitimación intelectual del ateísmo
[justificación para negar a Dios] {escoger uno de estos dos titulillos}
¿Qué había ocurrido? El conocimiento humano preponderante desarrolló la causa eficiente y la material; es decir, de dónde vienen y de qué están hechas las cosas. Y relegó la causa formal y la final. Más tarde, cuando el registro fósil reveló un pasado ignoto y vastísimo, y cuando el desarrollo de las técnicas de datación lo permitió, se vio confirmado que, como había predicho Darwin, el hombre se separó del simio en un pasado lejano.
Algunos están deslumbrados por el hecho de que la Tierra gira sobre sí misma a 16.000 km/hora y se traslada a 29,5 km/segundo, recorriendo en una hora 106.000 km. Y se creen ellos mismos “chimpancés evolucionados”, frase incomprensible para un biólogo, ya que todos los linajes biológicos están en cambio permanente.
Los naturalistas —los materialistas antes aludidos— suelen afirmar que Darwin ha hecho posible ser ateo de modo intelectualmente legítimo, porque el darwinismo mostraría que no es necesario admitir la acción divina para explicar el orden que existe en el mundo. Añaden que debe desecharse la jerarquía de ideas que coloca a Dios en la cumbre e interpreta todo a partir de Dios: la explicación darwinista lo explicaría todo. Según el naturalismo, el progreso científico manifiesta que el universo se encuentra auto-contenido y no necesita de nada fuera de él.
Sobre esta manera de ver el asunto escribió Gilbert K. Chesterton escribió:
Hay evolucionistas que no pueden creer en un Dios que hace las cosas de la nada, y en cambio creen que de la nada han salido todas las cosas. No advierten que el problema del mundo consiste en que no se explica por sí mismo.
Con demasiada frecuencia, al tratar sobre el evolucionismo se consideran a Dios y a las criaturas como causas que compiten en el mismo nivel, ignorando la distinción entre la Causa Primera, que es causa de todo el ser de todo lo que existe, y las causas segundas creadas, que actúan sobre algo que preexiste y lo modifican, necesitando del constante concurso de la Causa Primera para existir y actuar en todo momento.
En tal caso, cuando se ignora esta distinción, se plantea la disyuntiva: o Dios o las causas naturales. Entonces se tiene una idea empobrecida de Dios, que queda convertido en un “deus ex machina” que se introduce para explicar problemas particulares, especialmente el orden o ajuste entre diversas partes de la naturaleza. No hay por qué oponer la selección natural a una causa superior, como si debiéramos escoger lo uno o lo otro, sin advertir que la causalidad creada es compatible con la acción divina e incluso la exige como su fundamento último.
A este respecto, en su “Autobiografía”, dictada a su hijo Francis al final de su vida, Charles R. Darwin hizo constar:
… encuentro una extrema dificultad, o más bien la imposibilidad de concebir este inmenso y maravilloso universo, incluyendo al hombre con su capacidad de reflexionar sobre el pasado y el futuro, como un resultado del ciego azar o la necesidad. Cuando pienso en esto, me veo obligado a acudir a una primera causa, dotada de una mente inteligente, en cierto grado, análoga a la del hombre, y merezco ser considerado teísta. Que yo recuerde, esta conclusión era muy firme en mí por el tiempo en que escribía el “Origin of Species” y desde entonces es cuando se ha ido debilitando poco a poco, con numerosas fluctuaciones. Pero entonces surge la duda. ¿Puede darse crédito a la mente humana, que se ha ido desarrollando, según estoy convencido, a partir de una mente tan baja como la que poseen los animales inferiores, cuando infiere tales grandiosas conclusiones?
No puedo pretender aclarar en lo más mínimo estos abstrusos problemas. El misterio del principio de todas las cosas es insoluble para nosotros y, yo al menos, debo contentarme con seguir siendo un agnóstico.
biología y teología
En definitiva, no se debería formular el problema como una especie de “competencia” entre Dios y la evolución para explicar la finalidad natural. El evolucionismo se llega a considerar como opuesto a la religión porque las explicaciones científicas harían innecesaria la acción divina. Los esfuerzos de los autores naturalistas van dirigidos a mostrar que la acción inteligente y providente de Dios puede ser sustituida por la suma de muchos pequeños pasos puramente naturales a través de la acción gradual de las mutaciones y la selección natural. Sería un error que el creyente aceptara ese tipo de planteamientos, que de entrada condicionan la respuesta que se puede dar y responden a una perspectiva desenfocada: llevan a oponer la evolución a Dios, como si el creyente tuviera que rechazar la evolución.
Se llega entonces a posiciones tales como las defendidas por los “creacionistas científicos” en los Estados Unidos, o por diversos autores que, en definitiva, intentan oponerse a la aparente fuerza antirreligiosa del evolucionismo, mostrando que las teorías de la evolución contienen huecos explicativos. Se proponen, en este caso, nuevas variantes del “dios de los agujeros”, que siempre están expuestas a quedar desplazadas por los nuevos progresos de la ciencia y que, sobre todo, responden a un planteamiento desenfocado, como si la acción divina tuviera como misión llenar los huecos de las causas naturales en su propio orden.
Suele reconocerse en la actualidad que ciencia y fe representan dos perspectivas diferentes, y que los eventuales conflictos entre ellas responden a intromisiones ilegítimas que siempre se podrán evitar. Algunos ven la evolución como una alternativa a la acción divina, como si lo que antes se explicaba por la acción de Dios ahora se pudiera explicar mediante la evolución. O se ve la evolución como opuesta a la acción de Dios: habría que elegir entre Dios y la evolución. Pero no es cierto.
Las teorías científicas de la evolución no resuelven los interrogantes religiosos. En primer lugar, la evolución no lleva, por sí sola, a afirmar ni a negar la acción de Dios en el mundo. Los científicos estudian la evolución sin contar con Dios, porque buscan explicaciones naturales, pero eso no quiere decir que nieguen a Dios. Significa, simplemente, que la biología se limita a lo que se puede conocer mediante los métodos de las ciencias.
Por otra parte, las teorías de la evolución se refieren a procesos de transformación de unos seres en otros. En cambio, la acción de Dios (dejando aparte los milagros), es de otro tipo. Las criaturas dependen de Dios en todo su ser: no son autosuficientes. Por eso se llama a Dios Causa Primera, porque es autosuficiente, posee el ser por sí mismo y puede darlo a otros seres, mientras que las criaturas son causas segundas, que sólo pueden transformar algo que ya existe, y es Dios quien hace posible que actúen. Esto no es una minusvaloración de las criaturas. Al contrario: es Dios quien les da el ser y la capacidad de actuar, una capacidad que, en el caso de la evolución, es algo asombroso.
Toda la naturaleza aparece como el despliegue de la sabiduría y del poder divino que dirige el curso de los acontecimientos de acuerdo con sus planes, no sólo respetando la naturaleza, sino dándole el ser y haciendo posible que posea las características que le son propias. Dios es a la vez trascendente a la naturaleza, porque es distinto de ella y le da el ser, e inmanente a la naturaleza, porque su acción se extiende a todo lo que la naturaleza es, a lo más íntimo de su ser.
Por último, la cosmovisión actual nos presenta una Naturaleza que se autoorganiza de acuerdo con pautas, desarrollando procesos que pueden calificarse como “creativos”, mediante un despliegue del dinamismo natural que produce nuevas pautas de complejidad creciente. Esta perspectiva conduce de la mano hasta los problemas relacionados con la finalidad, que en la actualidad vuelven a ser considerados como plenamente legítimos. Y la finalidad nos lleva hasta las puertas de la teología natural. Lo cual estaba bien desarrollada en la Inglaterra de Darwin, pero poseía los nuevos conocimientos. Se repite la Historia: de la capacidad de los cristianos actuales de asimilar la racionalidad de la naturaleza a la luz de los conocimientos científicos depende el apostolado actual a través del amplio puente entre la ciencia y la fe.
El puente entre ciencia y fe es filosófico. Sólo llegamos a ver a Dios como Causa Primera si adoptamos una perspectiva metafísica o religiosa; si no, nos quedamos sólo en ver de qué están hechas las cosas y cómo funcionan. Esto es, si recuperamos la unidad de saber en las cuatro causas (eficiente, material, formal y final). Y si no, mezclamos los tres planos de conocimiento: científico, filosófico y teológico.
Lecturas recomendadas
Artigas M. y Turbón. D. (2008), Origen del hombre. Ciencia, Filosofía y Religión, EUNSA, Col. Astrolabio, 3.ª edición, Pamplona
Ratzinger J. (2005), Creación y pecado, EUNSA, Col. Astrolabio, Pamplona
Pies de figura
Evolución de los Vertebrados. La anatomía comparada ha establecido las relaciones de parentesco entre seres vivos con columna vertebral, generado por evolución de millones de años. Peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos tienen algo en común: la columna vertebral. Necesariamente provienen de un antecesor que también tenía vértebras. Entre los vertebrados, reptiles y mamíferos comparten —y por ellos se distinguen de peces y anfibios— el llamado “saco amniótico” (el embrión está rodeado por una membrana llamada “amnion”). Es decir, reptiles y mamíferos compartieron un antecesor común que ponía huevos con la membrana amniótica. A su vez, los amnióticos comprenden dos subgrupos: uno con pelo, sangre caliente, y que produce leche (mamíferos); y otro de sangre fría, con escamas, y que pone huevos herméticos (reptiles). En el siglo XVIII el sueco Carlos Linneo sistematizó estas agrupaciones y propuso un ingenioso sistema de clasificación de los seres vivos. Al ser humano lo denominó zoológicamente Homo sapiens, aunque —deliberadamente— no lo asoció a ningún otro ser animal.
Nueva Síntesis Evolutiva que explica la Biodiversidad. Hacia 1930 algunos investigadores unificaron los conocimientos científicos sobre el origen de los seres vivos, en la llamada Teoría Neodarwinista Sintética (izquierda). La explicación de la variabilidad de las especies (grupos aislados reproductivamente) se basaba en la interacción de los genes y del ambiente. Hoy se ha añadido el conocimiento generado por la Biología del Desarrollo (derecha) que explica mejor las diferencias entre las especies y que da respuesta a objeciones técnicas hasta ahora insolubles.