«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”». (Mt 5,13-16)
Hace pocas semanas comenzábamos la Vigila Pascual con el rito de la luz. El Cirio Pascual entraba en un templo sumido en la oscuridad. Una pequeña llama rompía las aparentemente invencibles tinieblas. A continuación, todos encendíamos nuestras velas de este fuego iluminador, y participábamos así de esa luz que es Cristo, y nuestras pequeñas llamas colaboraban a llenar de luz hasta el rincón más perdido del templo.
Jesús nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Pero en el pasaje de hoy nos dice algo más: “Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo”. Cristo es la luz del mundo, los cristianos somos la luz del mundo; solo por ser sus discípulos —no a condición de nuestras buenas obras, sino previamente a ellas. Es un don que debemos valorar.
Él nos está diciendo: Yo soy la luz del mundo y vosotros lo mismo. ¿Somos conscientes de la responsabilidad que tenemos? La que podemos liar si no estamos unidos a Él, porque si la gente no ve en nosotros a unos cristianos no ve a Cristo. Y mucha gente está esperando ver la luz que ilumine sus tinieblas, y exige a quien se llama cristiano que le alumbre, aunque parezca que le resbala todo lo religioso. Esta es una realidad que he podido experimentar; en alguna ocasión, ante alguna incoherencia mía alguna persona no creyente me ha dicho: no esperaba esto de ti. Sí, ciertamente no pasamos desapercibidos, somos más observados que nadie, estamos en el candelero y esperan de nosotros ver la luz que somos.
¿Y cuál es ese candelero? “Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Como Cuerpo de Cristo, también nosotros participamos de ese ser levantados y atraemos las miradas. El candelero más alto sobre el que podemos ser levantados es el mismo sobre el que ha sido levantado el Señor: la Cruz; estando clavados en ella es cuando más se fijan las miradas en nosotros, porque el mundo está expectante, quiere ver cómo se comportan los cristianos en medio de las dificultades, está esperando una respuesta distinta a la desesperanza; somos la referencia en un mundo aparentemente sin sentido.
Es verdad que hay a quien no le interesa que sus obras sean denunciadas, y por ello le molesta la luz: “Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras” (Jn 3,20). Es en este caso cuando se intenta por todos los medios apagar la luz, lo cual ha costado la vida de tantos mártires. La oposición de los hijos de las tinieblas no nos debe llevar a enfrentarnos a nadie, sino a tratar a todos con amor, porque son las almas que más necesitan de la misericordia de Dios.
Somos la luz del mundo, pero una luz humilde, como la pequeña llama del Cirio Pascual, que alumbra en medio de una gran oscuridad. No podemos ser como los punteros láser en los campos de fútbol, maliciosamente apuntados a los ojos del prójimo, molestándoles e impidiéndoles la visión.
También asegura el Señor que somos la sal del mundo. Poca cantidad, sin duda, pero suficiente para dar sabor. Es importante ser conscientes de que ser sal es estar en manos del cocinero, para que él tome de nosotros la cantidad necesaria en cada momento. Los que somos vehementes podemos estar tentados de querer ser también el cocinero, y como somos torpes y explosivos, el salero se nos derrama enterito estropeando la comida. El otro peligro que el Señor denuncia en el evangelio de hoy es el de la rutina, el perder la conciencia de ser sal. Una comunidad cristiana aburguesada, que no transmite la Verdad, solo sirve para ser objeto de las burlas de los seguidores del relativismo y como justificación de su ideología.
En los albores del siglo XXI ha surgido con fuerza el nuevo mundo de las redes sociales. En este mundo en el que Satanás también es príncipe —¡y de qué manera!— surgen muchas iniciativas —un ejemplo es esta web de Buenanueva— para iluminar desde la fe el buen uso de las nuevas tecnologías. Los cristianos, en nuestro uso personal de las redes sociales, no podemos dejarnos llevar de las prácticas y lenguajes habituales en ellas, sino que debemos estar dispuestos a darle el sabor que Dios quiere para este mundo.
Miquel Estellés Barat