<<En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción>> (San Lucas 2, 16-21).
COMENTARIO
Sí, este es el mayor regalo que Dios nos ha hecho a través de nuestra Madre la Iglesia que como María ha gestado en su seno virginal a Jesús, el Hijo de Dios y nuestro Hermano mayor, la Iglesia, por el bautismo, nos ha engendrado para una vida nueva y nos ha hecho partícipes de la naturaleza divina, somos realmente ¡hijos de Dios!, hemos sido adoptados por Él y la Iglesia, esta Iglesia que aparece hoy envejecida y con poca relevancia social, es ¡nuestra madre!
Celebrar la Solemnidad de Santa María Madre de Dios es una invitación a descubrir la grandeza de nuestra vocación filial con asombro y admiración como lo hace San Juan en su Primera Carta al decir: «!Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es«. (3, 1-2); o San Pablo al escribir a los cristianos de Galacia recordándoles que «la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (4, 6-7). ¡Qué regalo más grande!: ¡Ser hijo de Dios! Pero, ¿somos conscientes de esta realidad, de nuestra verdadera condición de hijos de Dios? ¿Vivimos nuestra existencia cristiana con esta convicción? ¿Llamamos e invocamos a Dios como «papá», ¡abba! en arameo el idioma de Jesús?
Es importante que nos hagamos estas preguntas porque hoy una de los grades déficit de nuestra condición de bautizados es la poca conciencia y experiencia que tenemos de nuestra filiación divina debida, en gran parte, al desconocimiento profundo que tenemos de las riquezas inmensas que hemos recibido en nuestro bautismo (acogida maternal de la Iglesia, perdón de los pecados, filiación divina, incorporación a un pueblo sacerdotal, profético y real, misión de hijo de Dios, etc.). Este «desconocimiento» es debido, también, a la falta de una Iniciación Cristiana sería en la mayor parte de nuestras parroquias: nuestras catequesis, mayoritariamente con niños, son muy deficientes y no logran transmitir la fe a nuestros muchachos y muchachas, prueba de ello, es que tras recibir la primera comunión abandonan la asamblea eucarística y la Iglesia. ¿Por qué se produce esta situación? Porque no hemos puesto el «objetivo» donde debe estar que son los adultos. Ya nos lo recordó el Papa Pablo VI en Evangelii nuntiandi al decir que «sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada vez más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad entregarse a él» (nº 44). Y, años más tarde, lo volvió a repetir Juan Pablo II en Christifideles laici al decir que para ayudar a los bautizados a descubrir su identidad «puede servir de ayuda una catequesis postbautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos de los elementos del Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, destinado a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del bautismo ya recibido» (nº 61). Hoy, es urgente recuperar el catecumenado para descubrir la grandeza de ser ¡hijos de Dios!
Al celebrar la JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ en el primer día del Año Nuevo 2019 es bueno que resuene en nuestros oídos la siguiente bienaventuranza: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).
El Papa Francisco nos invita a ser constructores de la Paz. He aquí una tarea hermosa para todo el año: «Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6). Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana. La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés. Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: Paz a esta casa«.