«En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Pero él repuso: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”». (Lc 11,27-28)
La Palabra existía desde el principio pero estaba con Dios. Nos separaba una distancia infranqueable, pero he aquí que en un momento de la historia, porque Dios así lo quiso, esa Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, haciendo añicos esa distancia infinita y buscando hacernos hijos de Dios.
Los que no la reciben, no experimentan esa filiación que está reservada a los que la acogen, esto es, a los que la escuchan y la cumplen. La familiaridad con Dios se produce pues en la relación que establecemos con su Palabra, y esta familiaridad va más más allá de la carne y de la sangre, así de sencillo.
Si alguien se escandaliza por esta Palabra o no la entiende, no es cristiano o lo es solo de nombre. Para entenderlo hay que tener la experiencia de que sin Dios no se vive plenamente. Quien ha experimentado esta cercanía no desea otra cosa en esta vida, y su separación de Él es una total oscuridad.
Es cierto lo que dice el salmo 62: “Tu gracia vale más que la vida”, por ello “te alabarán mis labios”.
Enrique Solana