Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: ≪El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: “Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda”.
Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda”.
Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de bodas, le dice: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atadlo de pies y manos, y echadlo a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son llamados, mas poco escogidos.≫ Mateo 22,1-14
De lo que no me cabe duda es de que me ha tocado comentar la buena noticia de hoy que comienza diciendo: “el Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo”. Podríamos decir que el Reino de los Cielos se nos hace presente porque es el mismo Dios Padre quien nos ha invitado a las bodas del Cordero de su hijo. Ya desde los inicios de la historia el mismo Dios se nos ha manifestado a través de los primeros hombres Adán y Eva, los Patriarcas, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés y los Profetas mayores y menores, por último se nos ha manifestado por su Hijo, invitándonos al banquete de la Eucaristía que es tanto como decir a participar de su naturaleza porque Jesús «siendo Dios no retuvo ávidamente su dignidad sino que se hizo hombre de tal manera que hecho hombre se humilló a sí mismo, tomó la condición de esclavo y obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz, por eso Dios lo resucitó, lo ensalzó y le dio el nombre más alto que existe».
Es a esto es a lo que hoy después de dos milenios y comienzos del tercero se nos invita, a ser hijos de Dios, a tener su misma naturaleza de manera gratuita, regalada, donada, desde donde brota la acción de gracias, y también la nueva civilización, los nuevos cielos y la nueva tierra donde se pueda decir como ya anuncia la Palabra que el león y el buey pacerán juntos.
Dios siendo Dios se hace hombre y nos tiene en cuenta a todos por igual, no hace acepción de personas. Esto es tanto como decir que Dios ama a todas las mujeres y a todos los hombres por igual y esto no son palabras, son hechos que se ven y se palpan en Jesús crucificado. Dios en su hijo Jesús ha mostrado el amor que tiene a este mundo y en especial a sus habitantes. Ahora bien, el hombre es hombre, que es tanto como decir que es un ser limitado, rebelde, orgulloso, envidioso, soberbio, avaricioso, lujurioso, sobrado de ira y perezoso. Con estos ropajes queremos ser siempre más importantes que los otros, y yo digo: queremos ser Dios a base de imponernos a los demás, esto es también constatable, basta con asomar la nariz al mundo.
Este comentario es una invitación a tener una reflexión: si estamos solos y Dios no existe me parece que no nos queda otra que vivir y relacionarnos con el equipaje que los seres humanos tenemos, pero si no estamos solos y Dios existe tenemos la oportunidad y la posibilidad de iniciar unas relaciones nuevas vestidos con el traje de fiesta que no es otro que el traje de la humildad que nos permite reconocer a los otros como superiores, no buscando nuestro propio interés y teniendo los sentimientos de Jesús.