«En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”». (Jn 8,1-11)
Tú y yo somos esta mujer. Una mujer pecadora condenada a muerte. La comunidad de los redimidos por Cristo somos esta mujer. Tú y yo íbamos a la muerte por nuestros pecados, pero hemos tenido la gracia de encontrarnos con Él. Es un don reconocerse pecador, y esta mujer no lo podía negar: había sido sorprendida en flagrante adulterio. Esa era su realidad, y no la podía negar. Humildad es vivir en la verdad, y se hallaba humildemente al borde de la muerte. Se encontraba en el último lugar, y allí Cristo fue a buscarla. Y se quedó solo Jesús con la mujer. Hermosas palabras: Jesús solo con ella. Se fueron los acusadores, los que buscaban su muerte, se fueron uno a uno. Y Jesús se quedó solo con ella. Así nosotros cuando acudimos al sacramento de la Confesión: se van nuestros acusadores y nos quedamos solos con Jesús.
Jesús nos dice: anda y no peques más. Anda, camina, dame la mano y levántate del suelo, nos dice el Señor, a nosotros pecadores. Y nos abre un camino de salvación: en adelante no peques más. Que el Señor nos conceda, en esta Cuaresma, el don de encontrarnos con Él en el sacramento de la confesión. El don de recibir el perdón de nuestros pecados, y alegrarnos así al ser rescatados de la muerte, y recibir una vida nueva, gracias a la infinita misericordia de Cristo nuestro Señor.
Javier Alba