Eduardo y Elena llevan dieciocho años de matrimonio. Desde que coincidieron en un trabajo, ambos supieron que estaban llamados a compartir sus vidas. Tras un breve noviazgo se casaron, deseosos de formar una familia. “Estábamos muy ilusionados con tener hijos, transmitir la vida —apunta Eduardo—. Mi padre era el mayor de once hermanos, Elena es la segunda de siete y yo el pequeño de cuatro. En nuestras familias ha habido un gusto por transmitir la vida y la fe. Teníamos una ilusión lógica por colaborar en la obra creadora”.
Sin embargo, el cumplimiento del deseo de ser padres se hacía esperar. Después de cuatro años de búsqueda, por fin Elena se quedó embarazada, pero al poco perdió al niño. El dolor por la pérdida fue grande, mas este hecho doloroso hizo que aumentara su confianza en Dios. “Decidimos esperar en el Señor, sin agobios ni obsesiones —confiesa Elena—. Él sabría cuándo concedérnoslos”.
Y así fue. Pasado el tiempo, el matrimonio reavivó la esperanza con un segundo embarazo; sin embargo, de nuevo tampoco llegó a término.
bn —¿Cómo os lo tomasteis?
Elena—Es verdad que sufrimos, pero con estos acontecimientos seguíamos afianzando nuestra confianza en Dios, en que Él sabría. Lo poníamos todo en sus manos. Nos sirvió también para rezar juntos y pedir discernimiento.
Tras varias visitas al ginecólogo y numerosas pruebas, finalmente hubo un diagnóstico médico. Por circunstancias fisiológicas de ambos la concepción natural parecía poco probable, con lo cual, y según les informó el facultativo, únicamente con la ayuda de la fecundación artificial podrían ver realizado su deseo de ser padres.
bn—¿Qué hicisteis entonces?
Elena—Consultamos a un sacerdote amigo nuestro, pues sabíamos que la Iglesia no aceptaba las técnicas de reproducción asistida. Nos sirvió de mucha ayuda, ya que nos dejó claro que un hijo es fruto de la donación recíproca de los padres en el acto conyugal y no de la mano humana. Con lo cual, si estaba en sus planes para con nosotros, Dios haría el milagro de regalarnos un hijo y, si no, lo importante era aceptar su voluntad.
bn—La instrucción Donum Vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, de la Congregación para la Doctrina de la Fe sostiene que “el hijo no es algo de propiedad; es más bien un don”, nunca una mercancía. ¿Qué opináis al respecto?
Elena—Que eso mismo pensamos nosotros. Los hijos no son un derecho de los padres, sino un regalo que Dios les concede. No podemos forzar al Señor para tenerlos. No todos los matrimonios tienen hijos, pero no por ello dejan de estar consumados ni van a ser infelices. Un día una compañera de trabajo me preguntó cómo podía estar contenta siempre a pesar de no tener hijos. Sé que impresiona el ver a alguien feliz ante lo que humanamente puede ser una desgracia, pero no hay secretos: entonces le hablé de Dios Padre.
bn —¿Cómo os tomasteis la nueva andadura?
Elena —Ante el deseo de ser padres y no verlo realizado, uno puede acabar deprimido, hundiendo el matrimonio o convirtiéndose en una obsesión. Pero también puedes verlo de otro modo: como una oportunidad para descansar en Dios y sentir realmente cómo es Él quien lleva nuestra vida adelante. Sinceramente nunca lo hemos visto como un sufrimiento, sino como una muestra de su interés en que nos convirtamos y lleguemos a gozar de la vida eterna.
bn —Elena, ¿cómo has vivido especialmente esto tú como mujer?
Elena—Para mí el vivir cada mes la incertidumbre de si me iba a quedar o no embarazada ha sido una gozada. He comprendido que yo no manejo nada, con lo cual, para qué estar en tensión. Nunca ha sido motivo de decepción, pues creo realmente que por algo será. El vivir en precario cada día me ha hecho acrecentar la confianza en el Señor y esta experiencia de saberme hija de Dios y que Él en todo momento quiere lo mejor para mí no la cambio por nada. Cuando sepa que ya es imposible tener hijos por la edad, espero seguir viviendo esta sensación de confianza con otras cosas.
bn —¿Y en tu caso, Eduardo?
Eduardo—Como hombre había proyectado mucho mi vida. Desde el punto de vista humano estaba acostumbrado a que las cosas me iban saliendo bien: la carrera, el trabajo. Pero con el tema de los hijos no ha sido así. Sé que Dios lo ha permitido para que vea que mi vida no la controlo yo. No está en mis manos el dar la vida: esto sólo depende de la voluntad de Dios. A la fuerza he tenido que vivir este hecho con humildad, sencillez y alabanza, lo que me ha servido para afrontar luego tantos otros acontecimientos, pues tengo claro que todo depende de Él y que sólo en Él puedo descansar.
bn —Me imagino que habrá influido enormemente en vuestro matrimonio, en vuestra relación diaria. ¿Qué balance hacéis?
Eduardo —Nos ha regalado un matrimonio pleno y feliz También hemos podido hacer cosas que de otro modo hubiera sido bastante complicado, como, por ejemplo, cuidar a mi madre. Yo especialmente sé que, debido a mi forma de ser, en el supuesto de haber tenido hijos, ellos hubieran sido mi proyección, mi satisfacción y Dios hubiera pasado a un plano muy secundario. Entonces, en ese caso, no hubiera sido feliz, pues he experimentado que la vida plena sólo se logra cuando Jesucristo es el centro de tu vida.
bn —Puesto que sólo Dios libera, los ídolos esclavizan: ¿os sentís libres?
Eduardo —Totalmente. El libro del Eclesiástico (39,34) dice algo que siempre tenemos presente: “No hay por qué decir: esto es peor que aquello, porque todo a su tiempo es aprobado”. Esto nos permite vivir en completa libertad respecto a los avatares de la vida. Tenemos la certeza de que nos lleva de bien en mejor. Hemos comprobado que se puede andar por encima de las aguas si es Jesús quien te espera en la otra orilla.
bn —Entonces, ¿creéis que Dios ha sido un padre bueno con vosotros?
Elena—Sin lugar a dudas. Es verdad que hemos pasado por acontecimientos que desde el punto de vista humano han sido malos, pero el discernimiento los transforma en ocasiones para poder uno descansar en la voluntad divina y así experimentar cómo Dios basta.
Gracias a estos momentos amargos —confiesa Eduardo—, hemos hecho nuestra una máxima y es que “Él sabrá”. Cuando han ocurrido otros percances después, como la enfermedad, la muerte, o ahora recientemente que me he quedado sin trabajo a mis 55 años, en vez de caer en la desesperación, pienso en aquel Salmo que dice “Espera en Dios que volverás a alabarlo”. Si ha sido un padre generoso hasta ahora, ¿por qué va a dejar de serlo?
Ya lo dijo el apóstol Pablo: “¡Oh hombre! Pero ¿quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a quien la modeló: por qué me hiciste así? (…) transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. (Rm 9, 20; 12,2).