«En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: “No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes». (Lc 9,1-6)
Si nos llamamos discípulos de Jesús, acojamos la palabra del Evangelio de hoy, no como dirigidas exclusivamente a los Doce, sino también a nosotros. Porque no estamos oyendo un libro de historia, ni escuchamos la Palabra para aumentar nuestros conocimientos. Es el mismo Cristo quien nos habla y nos dice a qué misión nos envía: “a proclamar el reino de Dios y a curar enfermos”. La Iglesia, la comunidad, como dice el Papa Francisco, es un hospital de campaña con las puertas abiertas a todos los pecadores malheridos por el mundo y el maligno. Y Dios ha querido salvar al mundo “por la necedad de la predicación, por la necedad del kerigma”. Nosotros no podemos hacer nada, solo decir, con María, aquí estoy; solo tengo mi cuerpo, toma mi cuerpo, aquí estoy para hacer tu voluntad.
Y ¿cómo anunciar el Evangelio? Me he preguntado muchas veces ante las dificultades: ¿esto es de Dios o de los hombres? ¿La Iglesia, la comunidad, es de Dios o de los hombres? Porque si es de los hombres, mejor salir corriendo. Pero si es de Dios, solo podemos confiar totalmente en ÉL, no en nuestras fuerzas. Solo Dios basta. Y obedecerle como los apóstoles, que “se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes”.
Gran maravilla es esta, gran don es este: el poder experimentar cada día que se puede caminar “sin bastó, ni alforja, ni pan, ni dinero”. Gran gracia es esta, la de experimentar cada día que es Cristo el que nos conduce y va delante de nosotros.
Bienaventurados a los que el Señor conceda esta gracia, este abandono confiado a su Providencia, porque así ha querido el Señor que se anuncie el Reino de los Cielos, “curando en todas partes”.
Javier Alba