En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (San Mateo 5, 13-16).
COMENTARIO
¡Por fin! Después de estos días lúgubres en los que en medio de tanta oscuridad, la pantalla de plasma se erguía, casi, como el único candelero de la casa cuyos “leds” han sido los ojos que nos han comunicado con una realidad que, si bien “digital” etimológicamente viene de “dedos”, podíamos ver pero no tocar. Contacto sin tacto. Distancia de seguridad y distanciamiento personal. Pero ¡por fin!, el túnel anuncia su final y “la luz se hizo”. ¡Por fin!
¡Por fin! Después de estos días aciagos en los que la tediosa rutina impedía distinguir entre un martes y un domingo y, salvo sobresaltos de los noticieros, hacían de las horas sabor a monotonía. ¡Por fin! El tiempo ha dejado de ser insípido y se barruntan momentos venideros cargados de emoción, de expectativas… de sabor. ¡Por fin se puede volver a soñar! ¡Por fin!
¡Por fin! Por fin, la parusía deja de ser algo utópico perteneciente a un futuro remoto. Por fin la “segunda venida” puede situarse en términos de inminencia e incluso señalarla en el calendario. ¡¡Por fin!! ¡Vuelve la liga de futbol!
Si la “nueva normalidad” consiste en la “vieja alienación” y se acepta así, de forma callada y conformista; no dejaría de ser la constatación de que la sal que debe dar sabor a la vida, se ha vuelto sosa; de que la lámpara que ha de alumbrar el mundo se encuentra debajo del celemín.
Toca cambio de fase. Toca salir del cenáculo y empezar a contagiar y a dejarse contagiar… de Espíritu Santo. ¡Por fin!.