El Santo Padre, como todos sabemos, ha proclamado el Año de la Misericordia, para llevar el mensaje del perdón a todos los fieles cristianos pero especialmente a los que tocados por la gracia se sienten pecadores y acuden con el corazón contrito ante el Señor invocando su misericordia. No existen pecados por grandes y escandalosos que nos parezcan que no puedan ser perdonados por Dios. Nuestro buen Padre sólo nos pide llegarnos a él con un corazón contrito y humillado. No necesita el Señor holocaustos ni ofrendas a la antigua usanza para aplacarlo, sino un corazón arrepentido.
Recordemos las parábolas de la misericordia del evangelio de san Lucas: el hijo pródigo, el fariseo y el publicano, la oveja perdida, la mujer adúltera… en todas ellas aparece un Dios que es Padre misericordioso, y se conmueve profundamente ante el arrepentimiento del pecador, perdona sin pedir nada a cambio, sólo una mudanza de actitud habrá de seguir a esa solicitud de perdón. No hay en verdad mayor descanso ni paz más profunda que la que se experimenta con el perdón.
En estos tiempos que vivimos donde todo tiene un precio, el perdón de Dios es gratuito y el que lo percibe siente una inexplicable alegría interior y un deseo de ser mejor. Por eso dirá también Jesús que hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no sienten necesidad de perdón. Es necesario en este mundo que vivimos, donde abundan las discordias y los rencores, aprender a perdonar en gratuidad sin pedir satisfacción por el agravio. Los cristianos que nos sentimos seguidores de Jesucristo tenemos que vivir intensamente esta dimensión del perdón gratuito. Así nos lo manda Jesús cuando nos dice que si vamos a hacer una ofrenda ante el altar y recordamos que algún amigo o deudo tiene algo contra nosotros dejemos la ofrenda al pie del altar y vayamos primero a reconciliarnos, para después ir con las manos limpias de divisiones a presentar nuestra ofrenda. Los que nos llamamos cristianos o queremos serlo de verdad hemos de tomar en serio esta actitud de perdón, de misericordia con el otro para asemejarnos a aquel de quien recibimos el nombre de cristianos.
Isabel Rodríguez De Vera