En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con eso recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos” (San Juan 15, 1-8).
COMENTARIO
Jesús emplea un tipo de narrativa muy común entre los maestros judíos, que se llama MASAL (género al que pertenecen los proverbios) Son a modo de cuentos donde se comparan elementos sencillos y conocidos con sus paralelos para extraer una lección ética o moral. En este caso la viña, la vid, los sarmientos. La imagen de la viña o de la vid es un lugar común en las escrituras hebreas. Muchas son las ocasiones en que se compara a Israel con una viña o vid cultivada por Dios (Is 5, 1-7; Ez 17, 3-10; Os 10, 1…). En nuestro caso se refiere a la Iglesia. Se supone que está plantada para dar fruto a las naciones pero por más que Dios se esfuerza no logra que así sea (Jr 2, 21). En este contexto de infidelidad se presenta Jesús como la “vid verdadera”, no una más, sino la “verdadera”. Jesús es el fiel, el verdadero, el que hace la voluntad del Padre que lo envió (Jn 5, 30).
El texto parece muy duro, porque es como si Dios nos amenazase con el fuego eterno, nos arrancase de la vid y nos condujera a la muerte. Ciertamente la madera de la vid, una vez se seca no sirve para nada, no se pueden hacer con ella figuras ni muebles, solo sirve para leña. Pero ese “quitar” o “cortar” el sarmiento, viene del verbo griego hairo, que también se puede traducir como “levantar” (Sergio Rosell Nebreda) y entonces nos expresa como Dios está siempre dispuesto a cuidar y dar otra oportunidad a ese sarmiento (levantarlo), que en todo caso, si termina por secarse, será retirado para alimentar el fuego.
La tendencia humana es querer vivir de los frutos de sus propias fuerzas y nosotros tampoco estamos exentos de ese deseo. La imagen de sarmientos dependiendo de la vid que es Cristo es una preciosa imagen que nos recuerda que hemos sido creados, creyentes o no, para vivir en íntima comunión con el Padre. No es una llamada al legalismo sino a la esperanza de que se cumpla lo que Dios ha manifestado a su pueblo desde el principio: “seréis santos, porque yo soy santo” (Lv 11,45; Mt 5,48). Es pues, una invitación a la dependencia de Dios y a una experiencia más profunda de su actuación, consuelo y ayuda en tiempos de dificultad.
Esta lectura, compara nuestra fe con el sarmiento porque si ésta no está unida a Jesús Resucitado, no daremos frutos porque el sarmiento da fruto cuando está unido a la vid.
Las palabras que nos dirige son palabras consoladoras. Jesús nos dice que nunca estaremos solos porque el Padre nos quiere, nos cuida y protege como un labrador a su viña. En nuestra dependencia admitimos la grandeza del creador/labrador que nos cuida y nos limpia para que seamos todo aquello para lo cual hemos sido creados.
JC dice yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Tiene un significado eucarístico: Jn 6, 51 -58
Nuestra vida ha de ser eucarística de permanencia y frutos.
“Sin mí no podéis hacer nada”. Aquí se suscita la clásica controversia entre Gracia y Libertad. Todo es dado por Dios. El pelagianismo es una doctrina herética, en la que caemos a menudo, que sostiene que nada es gratis, sino que todo lo que tenemos es por méritos propios; no pensamos así. Él nos inspira primero sin méritos por nuestra parte, nos da su gracia (palabra que deriva de gratis). Nuestros hechos, por muy generosos que sean, son sólo una respuesta a su iniciativa.
De esa permanencia de la que nos habla la escritura, surgen nuestros actos de alegría, paz, amor… Es Dios actuando por nosotros.
Descubrir el verdadero sentido de la vida es nuestro fruto, ser personas que en medio de momentos difíciles vivan con esperanza, fortaleza y alegría.