En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: «¡De modo que come con publicanos y pecadores!»
Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (San Marcos 2, 13-17).
COMENTARIO
El Señor nos presenta hoy sábado una palabra sencilla de entender y agradable por su mensaje. En cuanto a detalles resaltaría: la misión dinámica de Jesús —siempre en movimiento, como la «mercabá»—; esta representa la misma forma de actuar de Dios en el Antiguo Testamento: Dios llama y propone al hombre (pueblo) una Alianza: sígueme, a la que el sujeto se adhiere o no. Pero hay un detalle que seguramente no nos habremos detenido a observar: en este texto aparecen por primera vez Jesús y sus discípulos que actúan de forma solidaria frente a los «adversarios» que salen a escena, como novedad, en el capítulo 2 de san Marcos. Mientras que en el capítulo 1 se ve a Jesús con sus discípulos que viven un aumento de su popularidad, en este segundo capítulo se muestra ya formado un triángulo crucial (donde la gente es poco mencionada) en toda la vida del Mesías: Jesús, los discípulos —la gente— y los adversarios. Durante los siguientes versículos veremos bien ataques a los discípulos a través de Jesús, bien acusaciones a Jesús a través de sus discípulos; pero siempre los adversarios recibirán una respuesta solidaria de ellos. Esto nos preanuncia una característica primordial en la «Iglesia de Jesucristo» que es «una», que tiene un mismo sentir alrededor de la única cabeza que es Cristo.
En lo que se refiere al mensaje, es evidente. Dice Jesús a Nicodemo que el Espíritu sopla donde quiere y que no sabes de dónde viene y a dónde va. Ese es Cristo. Nosotros tendemos a estructurar, a encasillar, a fabricar conceptos donde apilar nuestras ideas. Jesús, enviado por el Padre e inspirado por el Espíritu Santo siempre nos sorprende: va y elige al que menos nos esperamos: un publicano; alguien que se sale de mis estructuras, de mis conceptos, de «mi Iglesia». Esta es una palabra para todos aquellos que estén como Leví, atados a la «mesa de los impuestos» sin poder moverse; con esta palabra, Dios —por Jesucristo— da a todo aquel que la escuche y acoja, la posibilidad de levantarse y seguirle. El problema está en que —como el joven rico— pensemos que por cumplir la ley y, por tanto, encontrarnos dentro de esas estructuras y conceptos «humanos». no nos sintamos (suframos dolor de corazón) pecadores de verdad, sino que simplemente creamos que aunque tenemos nuestros «fallitos», cumplimos con la ley; con esto —como dice el papa Francisco— hemos convertido la fe en ideología. Jesús llama y Leví, el de Alfeo, lo sigue: desprecia la oferta efímera del mundo por la eternidad que ve en Cristo. Cada día Dios se pasea por el jardín y nos presenta esa oportunidad de conversión que los judíos llaman «teshuvá»; ¿Adán por qué te escondes? En la respuesta está contenido el discernimiento que tenemos sobre nuestra vida: no conocer el amor misericordioso de Dios y justificarnos echando la culpa a todo y a todos de nuestro comportamiento o reconocer nuestra pequeñez y al mismo tiempo el poder de Aquel que nos llama. Adán se justificó, mientras que Leví aprovechó el Kairós, el «tiempo favorable. La esencia de esta palabra está en que el poder de Dios —manifestado en Cristo— es muchísimo más grande que el mayor de nuestros pecados. Estemos abiertos a la sorpresa que caracteriza el misterio de la salvación del hombre en la historia presente, pero en camino (sígueme) hacia la escatología.