En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.» Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio» (San Mateo 5, 27-32).
COMENTARIO
Hoy, Jesucristo apunta alto al manifestar su autoridad no solo sobre el sexto y el noveno mandamiento si no sobre toda la ley, porque en ella está expresada la voluntad de amor de Dios para el hombre. La sexualidad es un “lenguaje” humano para significar el amor y la alianza de los hombres y Dios. Y este “lenguaje” profundamente humano es también profundamente sagrado y divino porque en su manifestación corporal, emocional y afectiva. El Matrimonio es signo del amor con que Dios se ama así mismo y con que El ama a la humanidad. Es un signo que transmite el misterio invisible de Dios desde la eternidad y es por eso “es un sacramento primordial”, como lo definía Juan Pablo II, que expresa el amor de Dios a su iglesia amándola hasta la muerte.
Por tanto, no puede ser banalizado ni cosificado como solo un motivo de satisfacción y egoísmo personal. Es preciso, cortar el mal de raíz y evitar lo que nos llevarían a obrar lo que Dios no quiere para nuestro diseño de vida; esto es lo que quieren indicar esas palabras que el Señor pronuncia y que pueden parecernos radicales y exageradas.
La dignidad del matrimonio debe ser protegida siempre, pues forma parte del proyecto de Dios para el hombre y la mujer, para que en el amor y en la mutua donación se conviertan en signo de la Alianza de Cristo con la Iglesia y por eso precisamente, por su importancia, elevado a sacramento para los cristianos.
Hoy día los nuevos movimientos, grupos de presión, usos sociales, además de un fuerte laicismo social y político, han hecho desviar completamente el sentido, y la grandeza de este sacramento, convirtiéndolo en una grave y egoísta amenaza de lo que Dios desde el principio concibió para el hombre y la mujer, ser “una sola carne”, unidos en el amor desinteresado y eterno a semejanza del suyo. En definitiva, el objetivo del mandamiento es éste: “Ser perfecto como el padre celestial es perfecto”. Y esto vale no solo para estos mandamientos, si no para todos los mandamientos y para toda la vida del cristiano.