En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita». Lucas (19,41-44)
En este corto evangelio que la liturgia nos presenta hoy, Jesús profetiza la destrucción de Jerusalen con palabras terribles: “Te estrellaran contra el suelo a ti y a tus hijos.” Esta lamentación de Jesús, que le lleva hasta el llanto, deja patente su amor por la ciudad santa. Ya en otro pasaje evangélico recogido tambien por (Lc 13, 34-35) y (Mt 23, 37-39) después de un dura queja dirigida a los fariseos, Jesús, conmovido, se lamenta con frases de gran ternura: “¡Jerusalen, Jerusalen, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reune a sus pollitos bajo sus alas y no habeis querido.”
Nos acerca mucho a Jesús verle tan humano, llorando ante la terquedad y dureza de los judíos, a pesar de los intentos de Dios por ablandar sus corazones. “Si reconocieras en este día lo que te lleva a la paz” ¿Se sintió el señor humanamente frustrado por el rechazo de sus compatriotas?
A pesar de su poder, no les fuerza, porque se compromete a respetar la libertad de los hombres. Por eso dice San Agustín: “Dios que te creó sin tu cooperación, no te salvará sin ella”
El castigo será tremendo: “Sitiarán la ciudad y no quedará piedra sobre piedra”, también lo ha vaticinado en otro momento (Lc 21, 5) ante la admiración de sus discípulos por la suntuosidad de ese precioso templo, del que tan orgullosos se sentían.
“Porque no reconociste el tiempo de tu visita” termina la lamentación de Jesús en el evangelio de hoy. En el antiguo testamento se nos presentan durante tantos siglos, la espera del Mesías señalado por los profetas como el salvador de su pueblo, y cuando llega ¡no le reconocen! Ellos quieren “su mesías,” no el que Dios va a enviarles con la salvación. ¿Cómo leyeron a lsaías, que no fueron capaces de identificarlo?
Este es también nuestro estado, nos hacemos sordos a la felicidad que el Señor nos promete, porque tenemos miedo de que no coincida con la que nosotros queremos, esa que ya tenemos proyectada. Jesús empeñado en reunirlos en Jerusalen “como la gallina bajo sus alas” y ellos orgullosos, rechazan la felicidad que se les ofrece.
Dice en su comentario el papa Francisco: “Estaba la ciudad feliz y tranquila, demasiado satisfecha de sí misma sin sentir la necesidad del Señor que llamaba insistentemente a la puerta de su corazón para darle la salvación.”
Referido a nuestra vida de cristianos que tantas veces no nos dejamos llevar a la felicidad del amor de Dios, me parece muy adecuado el famoso soneto de Lope de Vega.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue , Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?.
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Cúantas veces el ángel me decía:
“Alma, asomate ahora a la ventana,
verás con cuanto amor entrar porfía”
¡Y cuántas, hermosura soberana!
“ Mañana le abriremos,” respondía,
para lo mismo responder mañana.