Entre los méritos que «Foreign Policy», una prestigiosa revista política americana, reconoce al Papa Benedicto, está el de «haber colocado a la Iglesia de manera inesperada a la cabeza en la defensa del ambiente y en la denuncia de los peligros del cambio climático». Pero ¿cuál es la «revolución verde» que Benedicto XVI propone? “La ecología del hombre es anterior a la ecología de la naturaleza”, dice el Papa. Los expertos del Vaticano dan nota desaprobatoria a la Conferencia de Copenhague sobre el clima. Es un falso punto de partida; peor: niega el valor de la vida humana.
El mensaje del Papa para el Año Nuevo de 2010 —Si quieres promover la paz, protege la creación—, se hizo público precisamente mientras en Copenhague los representantes de todos los Estados estaban reunidos para una discutida e infructuosa conferencia mundial sobre el clima.
En el centro del mensaje está el jardín del Paraíso, que Dios confía al hombre y la mujer para que lo cuiden y lo cultiven. La naturaleza no tiene, pues, ninguna primacía sobre el hombre, ni éste es una parte más de la naturaleza. A su vez, tampoco el hombre puede arrogarse el derecho de depredar la naturaleza en vez de cuidarla.
Entre la ecología de la naturaleza y la ecología del hombre existe identidad de destino. El cuidado de la creación debe ser uno con el cuidado de la «inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases y en cualquier condición».
Todo se relaciona: cuidado de la naturaleza, respeto de la dignidad del hombre y paz entre los pueblos. Donde se desata el odio y la violencia, también la naturaleza gime. Un paisaje devastado y una ciudad inhabitable son el producto de una humanidad que ha visto transformada su propia alma en un desierto.
A continuación transcribimos algunos párrafos clave del mensaje del Papa para la Jornada de la Paz 2010: «Si quieres promover la paz, protege la creación».
designio de amor y verdad
En el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad». El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar […]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 295).
El Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al sabio proyecto del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (ver Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas.
La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (ver Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios y, en su relación con la creación, se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto.
la triple armonía entre Dios, humanidad y creación
La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público; defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos; y, sobre todo, proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo.
No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social (Caritas in veritate, 15 y 51). Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás.
Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la encíclica «Caritas in veritate», salvaguarde una auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza (Caritas in veritate, 28, 51 y 61).
Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que da fundamento al respeto de la persona humana y de la creación.
el peligro de “absolutizar” la naturaleza y trivializar al hombre
Pero una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes.
De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista.
La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana (Caritas in veritate, 70).
reflexiones de otros autores sobre conexión entre alma y natura
«La base antropogénica de los problemas ecológicos demuestra que tendemos a cambiar el mundo que nos circunda en conformidad con nuestro mundo interior, y precisamente por esto la transformación de la naturaleza debe partir de una transformación del alma. Según el pensamiento de Máximo el Confesor, el hombre podrá transformar toda la tierra en un paraíso sólo cuando haya traído el paraíso en sí mismo”. (Del texto «Los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia ortodoxa rusa», Patriarcado de Moscú, 2000).
«El pensamiento nihilista, con su rechazo de todo valor y verdad objetiva, causa gravísimos daños si se aplica en economía. […] Pero sobre la cuestión ambiental el pensamiento nihilista está produciendo daños quizá aún más graves. […] Pretende resolver los problemas climáticos —donde reina mucha confusión— a través de la disminución de la natalidad y de la desindustrialización, antes que a través de la promoción de los valores que lleven al individuo a su dignidad original. La conferencia sobre el clima de Copenhague está confirmando este recorrido, provocando más enfrentamientos que soluciones.
«Sobre el tema del ambiente se buscan pues acuerdos vagos sobre las emisiones nocivas, prescindiendo de premisas éticas y de consideraciones científicas compartidas. Es decir, el pensamiento nihilista corre el riesgo de transformar el proceso de globalización —que en realidad es positivo para los países pobres— en un desorden debido al hombre económico, que es también causa de los males ambientales y, por tanto, candidato a la autoeliminación. […] Hacen bien los ambientalistas en solicitar mayor atención a la naturaleza. Pero harían mejor en leer también la ‘Caritas in veritate’. Entenderían por qué – pero sobre todo por quién – el ambiente se debe respetar». (De los comentarios sobre la Conferencia de Copenhague de Ettore Gotti Tedeschi del Banco Vaticano).