“Dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permanece en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos San Juan 15, 1-8).
COMENTARIO
“Yo soy”, dice Yahvé e la zarza ardiente a Moisés. “Yo soy”, dice Jesús a sus discípulos, “la vid verdadera”. Hay otras muchas vides falsas, pero sólo una es la vid verdadera: Jesucristo. Porque el viñador de esta vid es su Padre, mientras que las otras vides, las falsas, tienen otros viñadores, que no son su Padre. Y este labrador de la vid verdadera, “a todo sarmiento que no da fruto en mí lo corta”.
Nosotros los cristianos, los que seguimos a Cristo, no somos arrancados ni cortados de la vid. ¿Será porque damos frutos? No nos corta porque demos frutos nuestros, pues nosotros solos no damos frutos. No nos corta, porque estamos unidos a Él, somos uno con Él, y recibimos los frutos de Él. Si permanecemos en Él, escuchamos su Palabra, y la Palabra es luz para nuestros pasos en nuestro vivir de cada día, en nuestros actos, en nuestras decisiones; nos alimentamos con su Eucaristía, y somos unos con Él.
Por esos en nosotros se manifiestan sus frutos: no nos divorciamos y estamos abiertos a la vida, perdonamos a los que nos ofenden, no juzgamos, amamos a nuestros enemigos, rezamos por los que nos persiguen, vivimos en castidad, nos desprendemos de los bienes, y le seguimos a Él sobre todas las cosas. Y todo esto no es por mérito nuestro, sino por sus frutos que se manifiestan en nosotros si permanecemos con Él y estamos unidos a Él.
Porque sin Él no somos nada, no podemos hacer nada. Pero cuando somos unos con Él y tenemos su mismo Espíritu, entonces con el Padre lo podemos todo, no le tememos a nada, la muerte no tiene poder sobre nosotros porque tenemos vida eterna.