«En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les envió otro criado; a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: ‘Este es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia’. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto: ‘La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’?”. Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon». (Mc 12,1-1)
Una de las acepciones empleadas desde el siglo II sobre lo que supone el Nuevo Testamento es la siguiente: ”la colección de libros inspirados por Dios que contiene la Revelación plena y definitiva de Nuestro Señor Jesucristo”. Partamos de este planteamiento para que nos ayude a leer y releer el Evangelio de cada día con el respeto, la veneración y el cariño que se desprende de su origen divino y de su objetivo de salvación.
El evangelista Marcos, según sabemos por la tradición, fue discípulo directo de San Pedro, de San Pablo y de San Bernabé —era primo de este último—. Con toda seguridad debió conocer y tratar a Jesús, aunque no pertenece a los Doce Apóstoles. Se da por cierto que Marcos compuso su Evangelio antes del año setenta, anterior por tanto al de San Lucas. Nos interesa citar al menos estos datos que nos facilitan introducirnos en el Evangelio de Marcos, dado que está estructurado como un desarrollo pormenorizado de los discursos de San Pedro en los Hechos de los Apóstoles.
Por ello está dividido según el siguiente esquema: 1. Preparación del ministerio de Jesús; 2. Ministerio de Jesús en Galilea; 3. Los viajes de Jesús con sus Apóstoles; 4. Hacia Judea y Jerusalén; 5. Discurso escatológico; 6. Pasión, muerte y resurrección de Jesús. El fragmento correspondiente a la Misa del día tres de junio está relacionado con la entrada del Señor en Jerusalén y su aclamación como Mesías. La parábola que Jesús emplea hace alusión a una de las más bellas alegorías del Antiguo Testamento, la llamada “canción de la viña”, en la que Isaías (5,1-7) profetiza la ingratitud de Israel ante los favores de Dios. Tanto en la profecía del Antiguo Testamento como en la parábola de este capítulo primero de Marcos se ve como el Señor va enviando a sus mensajeros para que trabajen en su viña, uno tras otro y, al final, manda a “su Hijo amado”, al que los viñadores matan.
No somos ajenos ni a la misión redentora del Señor, ni a las dificultades con las que personalmente, con nuestras faltas y pecados, obstaculizamos la labor que constantemente y desde siempre hace Dios a través de sus mensajeros, y también a través de nosotros mismos. Este triste hecho que ya fue anunciado por Dios, puede impedir la felicidad eterna, y también la terrenal de cada hombre.
Pongámonos en el lugar de Cristo, ¡qué dolor contenido tiene al narrar esta parábola! Él, con infinita paciencia, ha buscado a sus siervos, que una y otra vez, han sido golpeados por los viñadores. Las palabras de Jesús suenan pausadas, con no poco dolor, y pronostica lo que va a suceder… Pero Dios, omnipotente y misericordioso —Salvador, Redentor— busca la solución más profunda, más perfecta y totalmente entregada: se dispone a instaurar una nueva alianza con la humanidad, que sustituirá definitivamente a la que había hecho con la casa de Israel. La muerte y resurrección de Jesús constituyen la piedra angular que transformará el pecado —manifestado aquí en infidelidad al servicio de Dios— que los oyentes captaron; por ello leemos que al oír lo que salía de los labios de Señor “comprendieron que iba dirigida a ellos”, y que era lo profetizado por Isaías.
Es fácil trabajar en algo que sale sin dificultad, que no supone lucha ni esfuerzo… Pero la vida no es así. Aprendamos esta vez, un poco mejor, a mirar hacia arriba, a Jesús, y hacia el lado, a los demás. Y queramos trabajar de veras con lealtad en la viña del Señor. Donde hay competitividad mala, pongamos prestigio profesional —hecho de éxitos y también de fracasos—. Donde hay desgana, pongamos responsabilidad. Donde hay soledad, pongamos amor, etc., etc. Muy particularmente sea esa nuestra actitud en el trabajo, puesto que en él, sea el que sea, pasamos la mayor parte del día; lograr que sea una colaboración fraterna. No es tan difícil; nadie lo sabe todo, nadie lo puede todo, nadie llega a todo. Es cristiano, es humano colaborar unos y otros, también desde estas perspectivas.
Veía yo, recientemente, una exposición de pintura barroca. Un cuadro de Tristán refleja la Santísima Virgen, en la Asunción. Figuradamente, María sube al cielo y queda un sepulcro vacío. Los apóstoles están, a su vez, tristes y alegres… pero acontecidos, unos miran hacia María, otros hacia el sepulcro en el que al irse María quedan florecillas esparcidas.
Algo así es nuestra historia de salvación, ir al cielo con María, dejando, detrás de nosotros, una siembra buena, una siembra de flores… porque Dios nos pide, nos ayuda y nos lleva a ser con Él corredentores, a forjar cada día, la historia de la salvación.
Gloria Mª Tomás y Garrido