Jesús dijo a los doce: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalem, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenaran a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlaran de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará». Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y les dijeron: «Maestro, concedenos sentarnos en tu gloria una a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros, con el bautismo con que yo me voy a abutizar?». Contestaron: «Lo somos». Jesús les dijo: » El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con el que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida por rescate por todos». (Marcos 10 33-35.37-45)
La toma de conciencia es un ejercicio espiritual contínuo. No creo exagerar si digo que la peor mentira es la alienación, aunque, o precisamente porque, sea la más frecuente. En palabras del provecto Benedicto XVI, la inmadurez nos amenaza en todo tiempo y fase de la vida. La madurez no es fruto necesario del mero transcurso del tiempo. Ni la toma de conciencia de la realidad es ineludible ante la evidencia de los acontecimientos. No es verdad que, como se dice, la realidad se impone y nos despierta. Es puy posible y usual que la inconsciencia, la rutina, la ambición, el confort, el dolor, la presión social, la indolencia, el escepticismo, el miedo, los pecados deformen la percepción de la realidad y, lo que es más grave, su comprensión.
El evangelio de hoy, con mansedumbre pero con claridad, trabaja en ese sentido. Jesús llama la atención: «Mirad…». Es decir, «tened en cuenta», «no perdais de vista», «tomad en peso», «tened por seguro», «sed conscientes» de a dónde vamos y a lo que vamos.
Con una pedagogía de contraste insuperable, los hijos de Zebedeo no se percatan de la detallada cadena sufrimientos que aguardan a Jesús, y se interesan por los puestos de honor. Los otros diez, no es que estén en otra onda puesto que se enfadan con los precoces acaparadores de poder, tampoco habían asumido la nueva subida al monte Moria.
Pero Jesús no se irrita, ni les afea no haber comprendido su pasión ni escuchado la palabra «resurrección» (como les pasaría a los griegos del areópago), y sostiene dos coloquios, uno con los dos intrigantes y otro ya con los doce, a los que «reuniéndolos» les habló.
No hay que pasar a la ligera, o pensar en una burda fanfarronería, la respuesta de Santiago y Juan a propósito de su capacidad -«Lo somos»- de secundar el bautismo y el caliz de El Señor. Jesús, como siempre, toma en serio todo lo que se le dice. Les confirma, puesto que lo asumen -hay un fiat incluido en este «lo somos»- la suerte que correrán. Aprovecha la ocasión para «llevarlos a la realidad», a la toma de conciencia de lo que les espera: «Mirad que subimos a Jerusalén…».
En este pre-concilio, reuniéndolos a todos, a los dos medrantes y a los diez recelosos, les explica más claramente todavía cual es su misión y el tipo de reinado que instaura. Ningún sojuzgamiento, nada de eso entre vosotros, el que quiera ser el primero sea el esclavo de todos, no el dominador, eso lo practican jefes y grandes que tiranizan y oprimen. Estando al servicio de todos es en lo que se troca el ser el primero «entre vosotros».
Pero Él no estará. Los alecciona para cuando todo se cumpla. Él, lo hayan oído o no, resucitará al tercer día. Él, lo crean o no, no ha venido para ser servido sino para servir. Ya se lo dejó bien claro al lavarles los pies, el ha venido a este mundo a servir, y de forma total, porque esa es la voluntad de su Padre.Y como su voluntad y la de su padre se funden en una única misión, él la cumple de forma completa: dar su vida en rescate nuestro.
Hay una fricción muy seria en las traducciones. ¿El rescate es por TODOS o por MUCHOS? La diferencia es trascendental. EL leccionario pone «para todos»; la versión oficial de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española vuelve al «pro multis» que preconizó Benedicto XVI como se recita en la eucaristía conforme al Misal Romano.
El problema es que entre el todos y el muchos puedo estar yo. Tengo que tomar conciencia de que el rescate tiene que ser, como mínimo, aceptado por mí. Y la forma externa de evidenciar el discipulado es alinearse con el Maestro: no querer ser servido sino servir.
Francisco, siervo de los siervos del Señor, ha traido hasta la iglesia doméstica -la familia- la proyección de este evangelio, al hilo de la «servicialidad» que caracteriza a la caridad en el himno de San Pablo en Corintos 13. El nº 98 de Amoris letitia advierte que: «En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quien es el más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor». También en la familia «el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor (Mt 20 27)».