«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre”». (Mt 10,16-23)
Este evangelio se entronca en el discurso apostólico, llamando a cada uno por su nombre y dándoles poder en el nombre de Dios, diciéndoles a la vez cuál es su misión. Una vez hecho eso, va a hablar sobre su dificultad: no va a ser nada fácil la misión y para ello hay que estar muy dispuesto. ¿Te suena, querido lector, cercano o lejano eso de que Dios te llame por tu nombre, te dé una misión en la vida y en especial la pregunta fundamental: estás dispuesto de corazón a seguirme?
Es como en las bodas de Caná; para cambiar el agua en vino, Dios podía haber hecho el milagro con las tinajas vacías, pero el agua es signo de la disponibilidad que tengas, pues solo hay que poner el agua y el Señor se encarga del resto. Jesús se detiene un momento y te dice cómo te envía.
Él nos está continuamente adoctrinando y corrigiendo por amor a ti y a mí, y sin embargo, nosotros no cumplimos ni en lo mínimo, que es adoctrinar y corregir a los hijos, por ser esclavos de los afectos.
Tomando la raíz de la expresión “astutos como serpientes” vemos que el término astuto significa en griego también prudente, cauteloso. Por lo que podemos resumirlo en una persona que procede con cautela para cualquier acción o decisión. Si recordamos cómo actúa una serpiente en su entorno, se podría encontrar el paralelismo más adecuado. Una serpiente, al cazar, sabe esperar el momento preciso para actuar. Creo sinceramente que predicar la Palabra de Dios se debe hacer de la misma manera, evitando la “religiosidad” y más bien esperando a que ayude a cambiar vidas y ganarlas para Cristo.
Sencillez supone rechazar lo complejo y los complejos en la vivencia cotidiana del reino de Dios. Supone abajamiento y desnudez de todo lo que nos impide seguir a Jesús hasta el final; despojamiento de todo aquello que implica lastre, para dejar que nuestro corazón sea propiedad de los pobres, sacramento vivo y auténtico de Dios.
Cuando vamos en nombre del Señor, podemos comprobar cómo se cumple esta Palabra de que no nos preocupemos por cómo hablaremos y qué diremos, pues Él ya nos dice muchas veces: “Id a Galilea y me veréis”. Lo que sale de nuestra boca sorprende incluso al que habla, pues ve que eso no sale de uno mismo ni de su hombre viejo, sino que parecen palabras que proceden de la misma boca de Dios.
Qué alegría poder perder algo de vida por el Señor, si la gracia te lo concede, pues la dicha es inmensa. Como dice Jesús: “Dichosos cuando os injurien por mi causa, alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos”. Que tú y yo, querido lector, podamos seguirle y perder la vida por el Señor.
Fernando Zufía