Le daba yo vueltas a las palabras de Malaquías acerca de la diferencia entre los que te sirven y los que no y acerca del sol de justicia que iluminará a tus servidores, mientras miraba a uno que creo que, en su día, gozará de esa luz. Y de pronto me di cuenta de que un amigo también lo miraba; se volvió hacia mí:
-Así, ¿hasta cuándo? – me preguntó bajito.
Hasta que su pobre cuerpo aguante – le respondí-. Pero seguro que es feliz así. No es un inconsciente, está entregando su vida de esta manera. Es su opción y su llamada, y lo hace a conciencia, voluntariamente; sabe lo que hace. Cuando le vence la fatiga y con un inmenso esfuerzo la vence él a ella; cuando se mantiene en pie, trabajando sin pausa, a pesar de lo que le dicen sus músculos y sus huesos; cuando se acumulan las demandas que le solicitan sin tregua y solo esboza una sonrisa, sabe bien lo que hace y estoy segura de que no podría hacer otra cosa.
No es el sol de justicia que lleva la salvación en las alas lo que empuja hasta el límite; ni lo que conduce hasta el agotamiento con tanta felicidad, sin pensar en las horas trabajadas ni si han sido de día o de noche. No es la recompensa de la luz de ese sol lo que da la fuerza para mantenerse cuando todo el cuerpo grita cansancio, sino tu luz, la luz de tu rostro, Jesús. Solo el amor puede hacerlo, solo el amor transforma el esfuerzo en gozo y la fatiga en alegría. Solo por amor se puede llegar a los confines de lo que nos es posible dentro de nuestra pobre condición.
Un poco más allá alguien se afanaba con el atasco de unas cañerías con las que ya había luchado otras veces. Rezongaba sudoroso y, de pronto, miró el reloj, tiró con fuerza su herramienta contra el suelo y dijo que se iba a comer.
Ahí seguía el que mi amigo y yo observábamos. Parecía que ni se había dado cuenta del ruido de la herramienta. Le preguntamos si no se iba a comer. Levantó la cabeza, nos hizo un gesto con la mano mientras sonreía ampliamente y dijo:
-Sí, sí, ahora, en cuanto termine esto…
No, nada puede dar tanta fuerza como el amor. Ningún agotamiento puede otorgar tanta felicidad como la que se experimenta cuando, exhaustos, hacemos de la fatiga una ofrenda.