«En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. «Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado» (San Juan 13, 16-20).
COMENTARIO
Dichoso aquel en quien el amor gratuito de Dios se traduce en obras de amor: “El que cumple mis mandamientos, ese es el que me ama”. No se trata de oír, sino de poner por obra; de que se haga realidad en nosotros la humildad del que sirve y del que es enviado, a través de la obediencia, que es perfecta cuando se sirve por amor.
Acoger a Cristo es en primer lugar salvación y en segundo lugar misión; testimonio de la verdad de su amor. Tanto por ser discípulos como por ser enviados, los apóstoles tendrán que recorrer el camino de su Maestro y Señor que, pasando por el valle del llanto, beberá del torrente del sufrimiento, hasta apurar el cáliz que le presenta su Padre en favor nuestro. El Señor previene a sus discípulos del combate que no todos van a superar. El amor está en el enviar del Padre y también en el aceptar ser enviado del Hijo, y del siervo. El amor del padre envía a Cristo, y el amor de Cristo acoge la voluntad del Padre, aceptando ser enviado, porque está en sintonía de amor con él. De la misma manera Cristo envía a sus discípulos por amor al mundo de los pecadores y ellos, por el amor que han recibido, aceptando su llamada a “seguirle”, parten en misión.
Amor, con amor se paga, porque el amor, engendra amor. Siendo así, “dichosos seréis si lo cumplís”; dichosos, si este amor se hace carne en nosotros, porque la felicidad está en amar, pero la libertad es esencial al amor: “El que come mi pan ha alzado contra mí su talón.” ¿Seré yo, Señor?